miércoles, 15 de diciembre de 2010

El último caso de Rodolfo Walsh, novela, de Elsa Drucaroff: Las historias de la Historia




“De todas las historias de la Historia `escribió Jaime Gil´ sin duda la más triste es la de España, porque termina mal”. La frase, de Soldados de Salamina, de Javier Cercas suscita una reflexión: la Historia se escribe con historias y una y otras terminan mal porque evocan a los que no están, a la muerte: de las personas y de las utopías y a la imposibilidad de transmitir una experiencia a la generación siguiente. Desde ese punto de vista, la Historia de la Argentina es una de las más tristes, porque termina mal. Cercas evoca, unas páginas antes, las palabras de Machado en el exilio: “para los historiadores, todo está claro: hemos perdido la guerra. Pero humanamente no, humanamente creo que hemos ganado”.
Elsa Drucaroff trata de restaurar y recuperar aquello que nos permita, humanamente, decir que hemos ganado pese a que lo que cuenta sea derrota pura: vidas entregadas a una militancia que impone renuncias y que naufraga como lo hace la organización Montoneros, y dejar constancia literariamente de esa experiencia, la de la pasión y la del naufragio, para que las generaciones post dictadura puedan entender algo de lo que pasó.
Lo que singulariza a su obra es el camino que elige para narrar: despojado de retórica, de aspiraciones, de giros, de poses rígidas, tomando personajes de la ficción de Walsh y haciéndolos participar de la acción y reconstruyendo una época más desde la densidad y el despojamiento de las palabras y desde las acciones que desde la propia violencia.
Es un mundo sombrío, de constante riesgo, de momentaneidad, de vidas puestas en juego por un ideal eternamente inalcanzado que además se revela inalcanzable. Utiliza para plasmarlo una eficaz estructura de intriga y suspenso. Cómo es posible el suspenso, pensamos, si ya conocemos que la historia termina mal. Ese suspenso no parece puesto como un solo elemento para suscitar interés sino que sirve para plasmar ese mundo siempre en riesgo, donde no se sabe qué sucederá al momento siguiente y donde se impone la duda sobre lo real: en definitiva, quién es quién en un mundo de terror y clandestinidad y qué sucederá al momento siguiente.
La memoria construida y reconstruida
“Jaime Gil de Biedma…escribió estos versos desoladores que ponen en escena el imaginario de la memoria bélica…(…elaboran…) una fractura social, al traducir la secuencia temporal con una categoría escindida, entre los hechos oficiales –la Historia con mayúscula- y el minúsculo acontecer cotidiano, subjetivo y en escala doméstica –las historias. La guerra desgarra esa fractura homologándolas en una tensión siempre irresuelta, inscribiendo en el relato mayor la dramaticidad de las historias menores.” (Laura Scarano “Sujetos de la memoria ¿Quién narra hoy el pasado bélico”, en De la letra a la imagen, narrativas posfranquistas en sus versiones fílmicas, Marta Ferrari, editora, EUDEM).
Elsa Drucaroff concibe una trama donde el relato mayor de la Historia aparece reflejado y construido por las otras historias y por lo que, como lectores, sabemos de ese pasado que es el presente de la narración. Ello plantea por una parte la ficcionalidad de ese pasado, su posibilidad de ser redescubierto, resignificado y por otra el rigor de su verosimilitud. En este aspecto es evidente el manejo que, desde la teoría y crítica literaria (es investigadora y docente en ese campo) hace de la lógica y del sociolecto de una época. Hoy vemos las huellas de esa época y de esa lógica: los museos de la memoria, las causas por delitos de lesa humanidad, los nombres: de las víctimas, de los represores, las muestras de esa eterna tensión entre Historia e historias. En la novela ese mundo discurre a la vez visto desde hoy pero también desde ese sentido propio.
La autora hace una reconstrucción pero al mismo tiempo utiliza imágenes, como por ejemplo una escena en que dos personajes (un general y un soldado) hablan sobre el mito de la caverna de La República, de Platón, cuyo sentido es opuesto para cada uno de ellos, aunque coincidan en un plano superficial.
Como en Soldados de Salamina, la narración capitaliza este no saber si lo que se nos cuenta sucedió tal como se nos cuenta. Sea o no así, lo que se nos dice es posible, es esta posibilidad lo que sostiene al género y lo que le da una de sus mayores virtudes: poder entrar al pasado con un sentido de curiosidad propio del presente, como si estuviéramos viviéndolo; nos lleva a asumirlo de un modo vívido y re vivirlo. Ese pasado, aparentemente conocido, revela que contiene muchos secretos. En efecto, es poco conocida esa etapa de la vida de Walsh, la de la clandestinidad como cuadro de la organización Montoneros, una etapa que Elsa Drucaroff conoce evidentemente bien: quizás uno de los mejores pasajes sea el de la discusión de los miembros de la organización, ignorantes del hecho –del que era conciente Walsh- de que la clase trabajadora les daba la espalda y de que militarmente no había posibilidades de éxito.
“Esos días azules y ese sol de infancia”
En la película Silencio roto, obra maestra de Montxo Armendariz, la guerra de guerillas de los maquis es vista desde las mujeres: esposas, madres, hermanas, que sufren las consecuencias de esa lucha imposible: son el blanco de la represión y a la vez interpelan a esos hombres empeñados en sacrificarlo todo, incluso a ellas. Del mismo modo, la figura de Walsh es también cuestionada por su ex esposa Marta, quien, como las mujeres de Silencio roto, ante la muerte de su hija Vicky, interpela y se pregunta por la magnitud de ese sacrificio, por su justificación y por sus posibilidades.
El pasaje de la discusión de los Montoneros, en el que Walsh reprocha a la cúpula el haber enviado a Paco Urondo a Mendoza, donde murió, sitiado por sus enemigos, pone en primer plano que lo que se juega es la vida y si no existe un sentido, el precio será en vano: ”Yo no quiero morirme si esto no sirve para nada!.. ¡Yo estoy dispuesta a morir si esto tiene sentido!¡Y nosotros dos tenemos que defender algo!” (pág.62).
La dictadura es inenarrable, no es susceptible de ser reducida a ninguna palabra, pero sí hay puntos de vista que nos aproximan al horror. La película Kamchatka, de Marcelo Pineyro, por ejemplo, donde la mirada infantil a la vez que no alcanza a discernir el mundo adulto sí es conciente de la magnitud de ese horror y lo plantea a la vez como presente y como recuerdo. Elsa Drucaroff eligió un punto de vista distinto y una mirada: narrar no desde la actividad terrorista del Estado sino desde la organización Montoneros y a la vez ser crítica hacia todo lo que esa organización negó, y en ese sentido examina a ese mundo pasado como tal pero a la vez lo piensa desde hoy: ·”en ese ayer –dice- había sentimientos que no tenían legitimidad ni espacio, y que nos enseñaban a ahogar, yo traté de reivindicarlos y de darles el espacio que la militancia les negaba pero que el presente no.”
A la muerte del poeta, el hermano de Antonio Machado encuentra en el bolsillo de su gabán un verso: “Estos días azules y este sol de infancia”. Las historias son muerte y son pérdida; son dolor, exilio, crónica de días robados y de sueños perdidos. En este designio la literatura puede adquirir la misión de recobrar, de hacernos sentir que hemos podido salvar al menos algo de aquellos distantes días azules y de ese sol de infancia, para decirles a las generaciones que no lo vivieron qué fue lo que sucedió y cómo nos resuena aún hoy.


Eduardo Balestena
http://lapalabrainconclusa-literatura.blogspot.com

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