miércoles, 11 de junio de 2025

El motín del Caine, Corte Marcial: Argumentación y dilema moral



Resumen:

Este ensayo es parte del más extenso que dediqué a la novela El Motín del Caine de Herman Wouk, de la cual tomo en este desarrollo el núcleo central de la corte marcial.

Se trata de una novela de aprendizaje.

El núcleo de referencia es un desarrollo argumentativo y a la vez una forma narrativa destinada no solamente a  plantear la intriga sino también a poner en el centro de una reflexión a una institución total: la disciplina, la arbitrariedad, los saberes “autorizados” son la verdadera materia del juicio.

El tema de la novela es la lucha entre el bien y el mal y por consiguiente el planteo de un problema moral.

 

Abstract:

This essay is part of a longer piece I wrote on Herman Wouk's novel The Caine Mutiny, from which I have taken the central theme of the court martial for this essay.

It is a coming-of-age novel.

The core reference is an argumentative development and, at the same time, a narrative form intended not only to  raise the intrigue but also to place a total institution at the center of reflection: discipline, arbitrariness, and “authorized” knowledge are the true subject matter of the trial.

The theme of the novel is the struggle between good and evil and, consequently, the raising of a moral problem.

 

Translated with DeepL.com (free version)

 

 

 

 

I. En la nota inicial de su movela  The Caine Mutiny,[1] (1951) Herman Wouk aclara que se trata de una obra de ficción, como tal no basada en ningún personaje real; que no existió ningún buque de la marina de los Estados Unidos con el nombre de Caine y que tampoco hubo una corte marcial con la situación de la que es narrada en la novela. Asimismo, refiere que hechos y  personajes no corresponden a situaciones o personas reales y se basan en sus observaciones de distintos casos y en el hecho de haber servido en la marina durante tres años a bordo de destructores barreminas (como el Caine), bajo el mando de dos capitanes.

Tanto la precisión de los lugares como de las situaciones y personajes nos hacen poner en duda esta declaración inicial que no se encontraría justificada si los hechos fueran totalmente ficcionales.

 

II. Disposición narrativa y concepción de la obra

Estructurada en siete partes, cada una con varios capítulos, el motín del título, en el cual es juzgado Steve Maryk, demanda escasos ocho capítulos –de los 40 que componen la obra-. El primero relativo al hecho es el 30, último de la quinta parte (The mutiny) y los restantes (31 al 37) corresponden a la parte VI (The Court-Martial). 

De este modo, tenemos que el motivo nuclear ocupa de la página 422 a la 574 de la edición en inglés, es decir 152 de las 639 páginas de la novela, lo que equivale a decir que insume, aproximadamente, entre una quinta y una sexta parte de la longitud total. En la edición en español, de la cual tomaremos las citas, el motín abarca de las páginas 309 a 595.

 

Si bien es la más importante, el motín forma parte de las contingencias que vive el personaje y de su vínculo con otros en el planteo de dos órdenes de motivos: primero el social y religioso y segundo el moral que surge tanto en la corte marcial y sus incidencias, como en las actitudes individuales de los personajes, que plantea el verdadero tema de la novela: el dilema moral entre lo correcto e incorrecto, una versión de la lucha entre el bien y el mal.

 

III. Las variaciones a partir de la concepción inicial

III. I Hay una primera versión fílmica (1954) dirigida por Edward Dmytryk[2], pero tomaremos como referencia la de  William Friedkin (2023)[3], que, a diferencia de la anterior, se circunscribe a lo que sucede en la sala de audiencias y está abordada como una obra de teatro filmada.

La acción es sacada del escenario de la Segunda Guerra Mundial y llevada al Golfo Pérsico y el motín, en lugar del 18 de diciembre de 1944 sucede el 18 de diciembre de 2022. Este intento de actualizar la acción lo es al precio de poner al escenario bélico en un segundo plano, hacer menos creíble uno de los episodios llevados a la audiencia y no mencionar al menos otros dos  que resultaban de gran importancia. Las supuestas ventajas de actualizar la acción parecen no justificar las pérdidas de mantenerla en tiempos de guerra, cuando el combate contra los japoneses era aún intenso y de la mayor importancia en el resultado del conflicto; éste no es manifiesto como en la novela, no hay mención de lugares precisos, de batallas conocidas ni del rol del Caine en ellas, que es un indicador de la escasa importancia de las acciones del buque.

El planteo de esta versión implica que lo único central sea el motín y el único dilema el ético.

 

IV. La dinámica de los hechos

IV. I Tanto en la edición en inglés como la edición en castellano hay un mapa que traza, con expresa mención de las fechas, la ruta del Caine bajo el comando de Queeg a lo largo de la novela. El mapa constituye un verdadero resumen de la acción y  remite a los distintos hechos que suceden.

            El primer punto es en Pearl Harbor, septiembre de 1943, cuando Queeg toma el comando del buque; luego viene el incidente con los chalecos salvavidas y los cascos, noviembre de 1943; San Francisco, Maryk se convierte en oficial ejecutivo, diciembre de 1943; incidente de la mancha amarilla, Kivajalein, enero de 1944; baterías de la costa, Saipán, junio de 1944; incidente de las frutillas, noviembre 1944, W; tifón y motín, diciembre de 1944, Saipán.

            Este esquema será útil particularmente para analizar las razones invocadas en cada uno de los hechos centrales y considerar el problema de lo justo, la disciplina y la burocracia, sin embargo no abarca a la totalidad de la novela.

El capitán de Vries, cuyo comando estaba marcado por el desorden y la indisciplina, pero que había llevado a cabo una extensa campaña es relevado por el capitán Queeg, que pronto implementa una férrea y arbitraria disciplina de orden. Una serie de acontecimientos que evidencian tanto su incapacidad –a punto tal que las autoridades navales consideran afectarlo a tareas en tierra- como su arbitrariedad y cobardía van sucediéndose a lo largo del recorrido.

            Keefer, en su condición de escritor comienza a influir sobre Maryk acerca del estado mental del capitán Queeg. Ante la reiteración de hechos injustos por parte del capitán hacia la tripulación, Maryk comienza a llevar un registro de cada uno de los incidentes y, bajo la influencia de Keefer, decide entrevistarse con el almirante Halsey en el portaviones Yorktown. Una vez llegados al buque insignia Keefer considera que tal acción es imprudente y que puede depararles consecuencias disciplinarias y optan por no entrevistarse con el almirante.

            Cuando el Caine debe enfrentar el tifón lleva un rumbo de 180 grados, el mismo de la flota; ello significa la fuerte embestida de las ráfagas de viento en la popa, lo que deja al navío virtualmente sin gobierno (en la versión fílmica de 1954 el tifón está perfectamente representado). Varias veces Maryk pide al capitán cambiar al rumbo 00 para y que lastre el buque y lo ponga de frente al viento para poder gobernarlo. Ante la falta de respuesta del capitán y la situación de peligro, Maryk decide relevarlo en aplicación de los artículos 184 y 185  de las Ordenanzas de la Marina, que lo habilitan para eso.   

            La cuestión que se plantea es si el capitán hubiese finalmente aceptado el cambio de rumbo que salvó al buque o no, o si cuando lo hubiera aceptado hubiese sido demasiado tarde.

            Tal cuestión no se encuentra claramente definida y es muy importante en el alegato final de Greenwald.

            Las versiones acerca de los hechos son la materia de los testimonios y el debate oral en las audiencias de la corte marcial.

 

                          

V. Los personajes

V. I Tenemos ya las categorías de los distintos personajes que obedecen a dos indicadores: Los de sentido y los de acción.

Corresponden a dos mundos: el de antes y afuera y el de después y de adentro del escenario bélico.

En uno los personajes tienen una naturaleza, son relevantes y confieren sentido, son predecibles y el vínculo con ellos es real, confiable y duradero, aunque pueda resultar conflictivo. 

En el otro los personajes simplemente actúan, no es posible saber lo que piensan –si es que algo piensan- no terminan se revelar sus propósitos, toman como importantes cosas nimias y confieren sentido a cosas absurdas. No obstante, producen efectos en el personaje central que inciden en lo que será luego de esa enseñanza –como lo marcó la carta del Dr. Keith- su vida verdadera.

Podemos definir el par como verdadero-no verdadero.

 

Un modo de plasmar esto son las descripciones: los personajes son vistos como animales y a partir de aspectos a veces grotescos, que dictan mucho de la imagen de los héroes bélicos:

 

-Aquí está Keith, señor –dijo, apartando la cortina de la puerta-, Keith se presentó al oficial ejecutivo, teniente Gorton.

Un hombre joven, extraordinariamente gordo y fornido, sin otra cosa que unos minúsculos calzoncillos, se encontraba sentado en una litera superior, rascándose las costillas y bostezando. […]

-Saludos Keith. ¿Dónde demonios estaba? –dijo el teniente Gorton con voz estridente, al tiempo que echaba fuera de la litera sus muslos de mamut […]

(pág.106)

 

Las descripciones son importantes en la novela, el narrador se detiene en ellas y connota con ello una imagen no heroica ni de los marinos ni de la guerra. Al llegar al buque el capitán lo recibe desnudo y situaciones similares se reiteran a lo lardo del desarrollo de la acción[4].

Ninguno de los personajes de acción defiende algo en lo que cree. Todos ellos parecen centrarse en sí mismos y no en algo que sostienen  como verdadero. Ni la verdad ni los valores son categorías válidas. En eso son opuestos a los otros personajes. 

Si bien la versión de William Friedkin no toma los aspectos físicos sí se centra, como ninguna otra, en la naturaleza de los personajes. Maryk es bien intencionado pero influenciable y Keefer es presentado como un oportunista. En la versión de referencia –en la cual rostros, gestos mínimos y actitudes constituyen en sí un lenguaje- Keefer es un manipulador y el verdadero instigador del motín.

La cuestión del motín de algún modo descansa en que Maryk y el resto de los oficiales no han planteado las injusticias llevadas a cabo por el capitán a través de los conductos oficiales destinados a cuestionarla. En lugar de actuar sólo han  intercambiado comentarios entre ellos. No ha habido una acción destinada a habilitar un cauce institucional para sus quejas.

Hay una suerte de acumulación de hechos por responsabilidad del capitán y una escalada en lo que hace a su gravedad: En las dos primeras maniobras que debe llevar a cabo al comando del buque primero lo hace encallar en la popa y llama a un remolcador para que lo auxilie y luego  daña a otro buque acoderado con el Caine en el muelle y en otra oportunidad corta el cable de remolque del blanco al que está remolcando por reprender al marinero Urban, que lleva los faldones de la camisa por fuera del pantalón y luego reconviene a Stilwell, a quien, cuando pretendió avisarle que estaban girando en círculos amenazó con castigarlo y luego lo reprende por no haberle avisado que estaban están girando en círculo (“palos porque bogas, palos porque no bogas”). Luego de ello dejar las lanchas de desembarco sin protección por los disparos de fuego enemigo desde a costa y alejarse rápidamente del lugar dejando una mancha amarilla como señal para el avance de las lanchas; no hacer fuego hacia la costa para proteger a otro buque o sancionar injustamente, con un castigo desmedido a Stilwell, el timonel, de manera reiterada, a grado tal de terminar haciéndole perder  la razón.

Hay dos explicaciones: la desconfianza hacia los canales institucionales para resolver la injusticia que estos mismos canales han creado al darle el comando del buque a alguien cobarde e incapaz, o la pura cobardía en no enfrentar la situación y no apoyar a Maryk cuando finalmente una situación de peligro extremo lleva al motín. 

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VI. El motín como hecho central

VI. I A poco que reflexionemos acerca del motín habremos de concluir que los caminos narrativos conducen indefectiblemente a él.

La novela es una lenta construcción y lo injusto llega a grado tal que resultaba  prácticamente ineludible alguna clase de reacción ante el estado de cosas.

Es Keefer el primero que insiste sobre las normas de los artículos 184 y 185 de las Ordenanzas de la Marina, que prevén el relevo de un comandante en servicio  por parte de un subordinado, con la aprobación del Departamento de Marina, salvo en circunstancias en que ello sea de imposible cumplimiento[5]; ello, en el caso de presentarse una situación obvia y clara y que sea imposible de remitir el asunto a un superior común. Tal lo previsto en los arts. 184 “Circunstancias extraordinarias” y 185 “Requisitos que deben cumplirse” del referido cuerpo normativo. 

El capítulo respectivo comienza con la misión asignada en Kwajalein y una extensa descripción, primero de la formación naval de la que el Caine forma parte, y de la reducción de los riesgos que implica el contar con el nuevo radar.

El recurso narrativo es la mención de distintas circunstancias a partir de la rutina de la navegación, con lo cual el narrador no hace foco en ellas pero ellas nunca dejan de estar presentes.

El capitán, en lugar de interiorizarse con el estudio de mapas y el análisis del modo en que habrá de operarse en el escenario bélico, pasa el tiempo en su camarote, jugando con el rompecabezas o tendido en su cama.

Es una actitud común en varios de los oficiales. También de una manera circunstancial, se repara en el desorden que tenía Keefer en los mensajes cuando se encontraba encargado de ellos.

Claramente, a medida que Keith, llevado por las circunstancias externas,  experimenta su proceso de aprendizaje, que es el objeto de la novela y va asumiendo las tareas de a bordo con mayor responsabilidad su entorno, bajo la permanente invocación de la disciplina y la autoridad, se degrada en una multiplicidad de hechos de la vida cotidiana; son sin embargo Maryk –el futuro amotinado- y Keith quienes más seriamente asumen las tareas de a bordo.

 

VI. II El motín hace evidentes los elementos que venían operando de modo implícito en la novela, pone a la propia realidad en crisis en forma tal que no es posible encontrar una respuesta definitiva a lo que sucede: el saber médico; la disciplina; la jerarquía y la actuación son tan puestas en crisis como las actitudes humanas frente a los hechos.

Será conveniente dividirlo en estos aspectos y en los argumentos vertidos en el debate, de los cuales resulta que el conjunto de tales argumentos no explica de manera clara y unívoca a la realidad: ¿Aquellos involucrados en el hecho obraron bien o mal? ¿Lo sucedido fue justo? ¿Bajo otras circunstancias y de otro modo habría sucedido lo mismo? ¿El capitán hubiera cambiado el rumbo del barco, como pretendía Maryk y era lo aconsejable, o hubiera persistido en su actitud de no hacerlo?

 

VII La Corte Marcial

VII. I El tratamiento literario del consejo de guerra está cuidadosamente planteado en los aspectos narrativo y jurídico, de forma tal que mantiene la intriga tanto por el desarrollo de las audiencias –la audiencia en el caso de las versiones fílmicas- como por las alternativas del proceso.

Es en el capítulo El abogado defensor donde son abordados por primera vez ambos aspectos.

Tanto el oficial jurídico  de la comandancia, capitán Breakstone, como el acusador Challee se encuentran ante un caso con graves deficiencias en la instrucción, en el cual ocho defensores han rechazado actuar en el consejo de guerra.

Barney Greenwald, piloto de guerra y brillante abogado en la vida civil, sobre quien pesa el prejuicio de su origen judío, es el último recurso con el que cuentan. Como piloto de combate se encuentra, de manera temporal, fuera de servicio por haber sufrido un grave accidente y aguarda volver al combate. El narrador repara con frecuencia en la descripción de su carácter y acciones y se refiere a los injertos de piel, producto de sus  quemaduras. 

Como ya vimos, uno de los rasgos de la novela es que la función de cada personaje se encuentra asociada siempre a su descripción física. Cada tipo físico refleja no solo un cometido en la acción sino un modo de ser[6]. Este rasgo, además de dar relieve al contenido del texto –hechos, circunstancias y enfoques jurídicos- establece la importancia a las imágenes visuales y hace al relato más ágil y verosímil. 

Luego de leer el expediente, Greenwald, al igual que los demás defensores antes, rechaza actuar en el caso.

Por primera vez se plantean los problemas de la acusación: no se trata de un motín porque no existió violencia y Maryk actuó dentro de los límites legales, con lo cual la única acusación posible es la de una conducta perjudicial del buen orden y la disciplina.

La opinión de Greenwald coincidía con la de Breakstone.

Por primera vez aparece una idea que será expuesta al final del último capítulo de la parte dedicada al consejo de guerra: que el capitán Queeg no estaba más loco que muchos de los capitanes en actividad de la marina a quienes nadie había relevado antes y que la actuación de Maryk se debió a que alguien había influido sobre él: allí, tanto las descripciones físicas de Keefer y Maryk como sus personalidades, son muy relevantes.

También de una manera indirecta surge el germen de la decisión de Greenwald de asumir la defensa: el caso es tan claro que se necesita un abogado especialmente capaz para poder lograr la absolución y el piloto lo es y, pese a los escrúpulos de conciencia que alega, se siente el único capaz de lograr dicha absolución, precisamente en un ámbito rígido donde se buscará no sentar un peligroso precedente. En su fuero interno, Greenwald siente desprecio por quienes denomina “estos pájaros”.

Breakstone se ha percatado del sentido de superioridad que la exitosa práctica profesional le ha dado a Greenwald:

 

- Curioso individuo[7] –dijo el oficial jurídico-. Parece humilde y modesto, pero tiene un elevado concepto de sí mismo.

(pág. 483)

 

            Mientras Maryk debe afrontar el consejo de guerra, Keefer, su instigador, ha escrito una novela bélica –de las que ya estaban saliendo al mercado editorial- y sacado provecho de ello.

           

 

-[…] Estoy seguro de que describe esta guerra en toda la crudeza de su inutilidad y devastación y que muestra  a los militares como unos sádicos estúpidos [8] de mentalidad fascista[9]. Echando a perder campañas y desperdiciando las vidas de los encantadores, fatalistas y simpáticos soldados […] le voy a decir una cosa, Maryk. Su brillante amigo el novelista es el villano de todo este jaleo […]

(pág.490) 

           

A partir de esta nueva óptica y de los elementos anteriores, Greenwald toma la decisión de defender a Maryk y fija su estrategia de dejar afuera a Keefer y basarla en Queeg y su estado mental.

 

VII.II Es interesante como los elementos novelísticos están manejados en el filme de William Friedkin[10] y las diferencias que existen entre ambas versiones: en la novela tienen lugar los testimonios de varios de los miembros de la tripulación del buque, donde se reiteran preguntas destinadas a apoyar la tesis de la defensa de que dichos miembros no eran capaces de evaluar el estado mental del capitán; en el filme de Friedkin la defensa renuncia a tales testimonios a condición de que sea tomado como representativo el del marinero Urban –que en rigor no aportó nada- pero del cual surge que dicho marinero era incapaz de juzgar el estado mental del capitán. El filme incorpora tales elementos de una manera distinta y se ahorra de prolongar el debate con ellos porque son posibles de subsumir en un solo testimonio.

Si por un lado la tripulación odiaba al capitán y debía soportar su tiranía, por otro sus versiones en la audiencia son anodinas y no transmiten lo que era la verdadera vida de a bordo. La ruptura de la solidaridad, de la empatía y el rechazo de la verdad son actitudes comunes en cualquier institución ante una situación que se vive como riesgosa, contexto en el cual siempre habrá de adoptarse una posición neutra que no implique riesgo alguno.

 

VII. III La acusación se siente segura de llevar exitosamente el caso adelante porque si bien el motín era un cargo difícil de demostrar, el comportamiento perjudicial para el buen orden y la disciplina no lo eran. Se trataba de una cerradura que podía ser abierta con cualquier llave. Por otra parte, asumir que la conducta de Maryk había sido llevada a cabo en bien del servicio sería establecer un peligroso precedente que pondría en crisis la cadena de mando en la que la función militar se basa.

La defensa debería basarse en otro supuesto; la incapacidad del capitán en general y para enfrentar la situación de peligro en particular.

Estas posiciones opuestas buscarán guiar la audiencia en estos sentidos.

Hay un punto de particular interés en la confrontación: la parte acusadora estará basada en lo que constituyen los presupuestos esenciales del ámbito militar: la obediencia, la jerarquía, la presunción de que los actos de autoridad son correctos y que no corresponde ponerlos en duda; mientras que la defensa deberá llevar los hechos a un plano más personal e invalidar la palabra oficial, que siempre buscará legitimar la obediencia. La defensa es una función de peligro, de transgresión, de convencimiento y de retórica.

Una postura es conservadora y la otra es de interpelación; en tal sentido tiene la carga de impugnar esa presunción de legitimidad y buscar una interpretación distinta de los testimonios.

  Dichos testimonios serán guiados primero y significados después con las palabras de ambas posiciones encontradas. Mientras una tiene a su favor la palabra formal, la de la obediencia y la disciplina la otra se mueve siempre en una zona de choque que, por su misma naturaleza, confiere al debate su dinamismo.

El texto de la novela opera –por un lado- en el plano de los hechos concretos: cómo sucedieron y si la conducta está justificada y por otro en el plano de lo implícito: cualquier miembro de la marina seguramente había servido bajo las órdenes de alguien tan  autoritario e incapaz como el capitán Queeg. Las descripciones físicas subrayan permanentemente esta crítica indirecta.

 

VII.IV Las líneas argumentales, como vimos, son: la autoridad del capitán, la impugnación de esa autoridad por su estado mental, los relatos siempre parciales de los hechos por parte de los personajes secundarios, el saber autorizado de los psiquiatras.

Estas líneas están atravesadas por un doble sentido y un doble plano. El doble sentido opera en que son parciales y posibles de ser enunciadas de manera que puedan llegar a significar lo opuesto con respecto al primer sentido enunciado[11]. El doble plano es el de lo manifiesto y lo no manifiesto, que podría ser formulado así: el personaje se muestra exteriormente de una manera pero, en determinadas circunstancias, obra de otra. Un modo de actuar resulta del “armado” de la personalidad y el otro de sus rasgos profundos

Estos son los elementos de ambigüedad que gobiernan la audiencia y que se alternan a medida que dicha audiencia se desarrolla.

El mecanismo narrativo opera a partir de esta dualidad y del punto en que, por decirlo así, las cosas se dan vuelta, momento en el que surgen otros dilemas.

El cruce entre la línea conservadora de la acusación y la rupturista de la defensa se plantea en la primera declaración de Queeg, quien hasta entonces había desarrollado un discurso presentado como coherente, en el cual la conducta de Maryk había sido completamente antojadiza e infundada y propia de su pánico al encontrarse el barco en medio del tifón.[12]  

 

-Capitán Queeg –dijo respetuosamente, con la vista clavada en el lápiz que sostenía en la mano-, me gustaría preguntarle si oyó  usted alguna vez la expresión “viejo Mancha Amarilla.

[…]

-No.

-En tal caso, no sabe usted que todos los oficiales del Caine se referían habitualmente a usted llamándole viejo Mancha Amarilla, ¿verdad?

-¡Protesto! -exclamó el fiscal, levantándose- .

(pág. 527)

 

            La intervención motiva la protesta de Chalee; la respuesta de la defensa, argumentando su deber de rebatir los términos de la acusación y sostener la aplicabilidad de los artículos 184 y 185 de las Ordenanzas de la Marina y la resolución del tribunal, que hace notar que la de cobardía es la peor imputación que puede hacerse a un militar y que, en tiempos de guerra, está castigada con la pena de muerte. El tribunal hace una advertencia a Greenwald pero declara procedente la línea del interrogatorio.[13]

La disciplina es la que da coherencia al mundo de la institución cerrada, por más incoherente que sea en los hechos. Una vez atacada, el ámbito pierde tal coherencia, comienza a ser observado desde afuera y exhibidas sus grietas.  

Es esta coherencia lo que se defiende al precio de la verdad.

En el caso de referencia, esta primera ruptura de la versión oficial es que  Maryk obró en base a una norma legal de las Ordenanzas de la Marina que lo habilitaba para hacerlo siempre que la decisión de relevar al comandante fuera razonable y prudente.[14]

Lo que adquiere relevancia entonces es la apreciación de si el barco  efectivamente corría peligro o no y la aptitud para hacer frente a ese peligro.

Veremos que esta actitud no será fácil de establecer porque las opiniones vertidas acerca de ella serán en gran medida hipotéticas.

A partir de este punto de ruptura el hecho central deja de ser el del relevo para ser la condición mental del capitán Queeg. 

En un primer momento, el discurso oficial es el de la disciplina, la obediencia y la jerarquía. Hasta allí, los subalternos no revelan –por temor o por simple indiferencia- la totalidad de los hechos. Luego de la puesta en crisis de este concepto el discurso oficial es el de la justificación, la aceptación parcial de los hechos injustos y la explicación de que forman parte del modo de funcionar del ámbito naval[15]. Con ello se cumple con el propósito de proteger el statu quo hasta que los hechos caigan por su propio peso, como sucederá al final, momento en el cual surgirá la evidencia de que se ha sostenido como coherente y justo un estado de cosas tan incoherente como injusto.[16]

Claramente, lo que se protege es un estado de cosas al precio de aceptar como justos y coherentes a los hechos que ese ámbito produce por el solo hecho de cómo está construido.

Esta es la crítica central de la novela.

Por momentos, como en el consejo de guerra, es clara y manifiesta y por otros es tan sutil y progresiva como permanente.

 

VII.V Como vimos, Greenwald aceptó la defensa del caso porque nadie quería asumirla, lo hizo por pedido expreso de la autoridad naval, convencido de que Maryk no era inocente pero que había obrado del modo en que lo hizo por influencia de Keefer y que  el único modo de ganar el caso era  cuestionar el estado de salud mental del capitán Queeg.[17]

De allí su estrategia de confrontación que, forzosamente, implica el cuestionamiento del saber científico.

El segundo hecho curioso producido en esta línea defensiva es su propósito de llamar a Queeg como testigo de la defensa.

 

Desde el punto de vista de Greenwald, su estrategia defensiva es falaz y retórica; sin embargo, su carácter vehemente y confrontativo da como resultado dos cosas: romper el rígido modelo de la jerarquía y la supuesta presunción de verdad de la versión oficial, que se apoya en esa jerarquía e instalar la verdad de los hechos.[18]

Los primeros testigos responden al primer modelo. Sus versiones se apoyan en la inercia del modelo rígido y en la imposibilidad de imaginar que pueda ser cuestionado exitosamente.

De este modo, tales versiones son cautas, parciales, pobres y evasivas.

 

VII. V Las líneas de los testimonios pueden ser agrupadas en la propia de Queeg –coherente, externamente verdadera pero parcial- la de los testigos de la tripulación –reticentes, parciales- las de los psiquiatras –también ambiguas y contradictorias- y la última declaración de Queeg, que cierra el debate oral.

Una de las cosas que surgen claramente es la imposibilidad de reconstruir los hechos en el marco del debate oral: son versiones interesadas, parciales, que buscan –desde la enunciación- proteger o justificar. Sin embargo, el discurso no solo es lo que se enuncia sino algo más, que queda revelado cuando la cadena de hechos es posible de ser rearmada en un sentido inverso.

De este modo, el testimonio de Keefer, quien fue el primero en instalar la idea de la enfermedad mental de Gueeg, minimiza los hechos por los cuales ésta se hace evidente. Al hacerlo, traiciona su amistad con Maryk.

Vemos que en esta dinámica se presentan dos cosas: la traición y la validación de aquello que antes ha sido criticado[19], instalándose tanto la intriga por lo que sucederá, dado que uno de los testimonios más relevantes termina siendo irrelevante: ¿en qué podrá fundarse el caso luego de eso?

El espacio para la argumentación del acusado se reduce y pasa a descansar, casi exclusivamente, en dos cosas: lo que pueda surgir durante las audiencias, referido a los trastornos de Queeg y la actitud del tribunal.   

 Greenwald renuncia al interrogatorio cruzado de Keefer porque quiere excluirlo de su línea defensiva pero el tribunal le formula preguntas detalladamente y en dichas preguntas hemos de encontrar algo relevante, digamos, una gota más de tinta en el vaso de agua de la acusación:

 

-Ha afirmado usted que es amigo del señor Maryk. Este tribunal  está tratando de establecer, entre otras cosas, la posible existencia de circunstancias atenuantes en su decisión de relevar al capitán. ¿Le indicaron los hechos contenidos en el diario, a usted como simple profano, que el capitán Queeg era un competente oficial totalmente normal?

El tono poseía cierto matiz irónico. Keefer se apresuró a contestar:

-Hablando de mi ignorancia, señor, pienso que la incapacidad mental es una cuestión relativa […] Se trataba de cosas muy desagradables. Pero de eso a llegar a la conclusión  de que el capitán estaba chiflado…

(Herman Wouk, El Motín del “Caine”, Grijalbo, Barcelona, 1979, pág.533)

 

Hay un presupuesto básico en la pregunta del presidente del tribunal: la atendibilidad del planteo referido a Queeg y la necesidad de ahondar en él, así como en la posible existencia de circunstancias atenuantes, cuestión que aparece formulada por primera vez y que de algún modo rompe la impronta de que Maryk era un amotinado.

De no haber una actitud receptiva del tribunal acerca de tal argumento no hubiera existido la pregunta, contexto en el cual la respuesta de Keefer no tiene razón de ser, salvo que haya sido enunciada pensando en si podía afectar su carrera posterior en la armada, lo cual es otro contrasentido porque acaba de lograr la publicación de una novela crítica de la marina. Esto nos ubica en el terreno de la falta de convicción de los personajes del núcleo cercano a Keith, que sí las tiene.

 

VII.VI En el testimonio de Keith nuevamente opera el narrador por detrás:

 

La sala era una aterradora confusión  de rostros solemnes; la bandera norteamericana se le antojaba gigantesca y sus tonos rojo, blanco y azul destacaban terriblemente como los tonos de una bandera de una película en color. Se encontró en el estrado de los testigos y le tomaron juramento, pero no hubiera podido decir cómo había llegado hasta allí. El grisáceo rostro de Chalee resultaba amenazador.

(pág.542)

 

            Más tarde, cuando es sometido al inquisitivo interrogatorio de la acusación acerca de si su decisión de obedecer a Maryk, al relevar al capitán, se debía en que éste se había vuelto loco o a la antipatía que sentía por él responde no recordar su estado de ánimo.

           

La verdad era que había obedecido a Maryk por dos razones. En primer lugar, porque pensaba que  el segundo de a bordo estaba más capacitado para salvar el barco, y, en segundo lugar, porque odiaba a Queeg. Hasta que Maryk asumió el mando, jamás se le había ocurrido pensar que el capitán estuviera loco. Estúpido, mezquino, cobarde e inepto, sí…[…] La locura era la única defensa posible para Maryk ( y también para Willie); y era una defensa falsa; y Challee lo sabía y el tribunal lo sabía; y ahora Willie lo sabía también.

(pág.549)

           

Se trata de una circunstancia por demás significativa por varios motivos: en primer lugar, sirve para mantener la intriga, lo que podemos enunciar diciendo: ¿el tribunal seguirá esa línea o la revertirá apoyando su resolución en otras circunstancias, por más que el argumento sea falaz o incompleto?

            Asimismo, si esa es la única defensa posible y es falsa, ¿en que podrá basarse el tribunal en el caso de una absolución? ¿O es que para dicho cuerpo no importa la verdad formal sino la verdad material, en este caso, que una persona cobarde e inepta habrá de ser forzosamente incapaz de manejar el buque en una emergencia y para aceptarlo y basar su decisión en esta idea deberá convalidar un argumento que sabe insuficiente: el de la locura? (“el tribunal lo sabía”).

              

Nuevamente, el planteo jurídico y la intriga van paralelas.

Es en las preguntas de la defensa donde Keith puede explayarse sobre todos los incidentes sucedidos a bordo.

 

VII.VII Llevamos por lo menos dos gotas de tinta en el vaso de agua de la acusación: el aceptar el tribunal la línea de interrogatorios de la defensa, que desplaza el centro del debate de Maryk a Queeg y la posibilidad de encontrar circunstancias atenuantes. Ambas gotas se sedimentan en el fondo pero dejan una base oscura que se eleva apenas el agua del vaso sea desplazada.

La tercera surge poco después, ante la mención de la cobardía del capitán, lo que suscita la protesta de la acusación y la posterior resolución del tribunal, con la advertencia a la defensa de su responsabilidad acerca de esa línea de interrogatorio y de sus consecuencias, sin embargo, no solo autoriza las preguntas de Greenwald sino que la actitud de los jueces cambia y comienzan a mostrar un interés en ese punto de vista que antes no tenía.

De allí en más, la acusación solo podrá argumentar formalmente, en términos de disciplina, autoridad y el desplazamiento del eje del debate.

El problema que se presenta es que tanto el enfoque como la verdad surgen no por sí mismos sino por la estrategia defensista. Si esta fuera distinta posiblemente los hechos no se harían evidentes.

La verdad no parece capaz de hacerse valer per se por parte de un dispositivo que no puede registrarla a menos que una estrategia confrontativa triunfe, como es el caso.

 

VII.VIII Confrontar, conducir a los testigos más allá de la línea prevista por la acusación, responder a las protestas de la contraparte de un modo tal de refutar sus objeciones, seguirá siendo la tónica de la actividad defensista. Cada vez que eso sucede se corre el eje del caso o, quizás podamos asumir, que el caso encuentra su verdadero eje, lo cual no hubiera sucedido por los carriles normales.

Se necesita la confrontación y aun el juego no del todo honesto[20] para lograr lo que las instituciones no parecen poder –o querer- lograr por sí mismas.

Asimismo, cada vez que estos avances suceden, la defensa se consolida y la acusación se debilita, aunque sus objeciones no siempre sean formales y muchas veces sean enteramente correctas y atendibles, pero surgen en un contexto cuyo centro ya se ha desplazado.  

Ello resulta más marcado en el caso de los saberes técnicos y científicos que parecen incuestionables.

De este modo, cuando el capitán Southard, comandante de la Octava Escuadra de Destructores, en su carácter de experto en la conducción de naves, señala que el modo adecuado de hacer frente a un tifón es tratar de alejarse, con el viento de popa y seguir el rumbo de la flota –tal como hizo Queeg- Greenwald, comienza por hacerle reconocer al referido capitán que nunca navegó un dragaminas durante un tifón y que, dentro del plano de lo hipotético, en el peor de los casos la nave debe ser colocada de cara al viento –es decir una maniobra contraria a la que ejecutaba Queeg, quien se negó a cambiar el rumbo- para aprovechar la fuerza de los motores y la mejor respuesta de los timones, único modo de seguir controlando el barco.

Tenemos una gota más de tinta.

 

El doctor Lundeen, quien había presidido la junta que evaluó al capitán Queeg, encontrándolo apto para el comando, brinda su testimonio luego del experto naval.

La progresión el interrogatorio de Greenwald -quien comienza afirmando que no es un experto en el campo médico y que por eso sus preguntas serán torpes- es por demás interesante: a partir del criterio de la aptitud del capitán va haciendo que sean enumerados todos los elementos que podemos considerar contrarios a dicha aptitud.

La opinión del doctor Lundeen es que el capitán puede ajustarse a los factores perturbadores y compensarlos, no obstante, los trastornos a los que hace referencia son aquellos que determinaron su conducta a bordo. Es decir, que aquello que está indicando el discurso del saber termina por resultar contrario a las conclusiones que sostiene y también por referirse a un contexto donde la hipótesis de la defensa sea absolutamente posible. Ello es así por el patrón general de aquellos que integran la marina: todos parecen buscar una compensación en la autoridad y en el mando, por lo cual la actitud de Queeg termina siendo normal.

Esa es la velada crítica que el autor elige formular utilizando al saber “autorizado”. Digamos que no se trata de una crítica externa ni superficial sino una basada en la prolongada experiencia de quien conoce a la marina por dentro:

 

-Bueno, podría decirse que el problema general arranca de un complejo de inferioridad –dijo Lundeen […]

no puedo entrar en demasiados detalles. En general el capitán se siente trastornado por su baja estatura, sus bajas calificaciones en comparación con sus compañeros de promoción y otros factores análogos. Al parecer, sus experiencias en la Academia le dejaron una profunda huella.

(pág.559)

 

            No obstante, el profesional considera que el capitán se encontraba adaptado a tales dificultades.

 

                        -¿Puede describirnos esa adaptación?

-Sí, su identidad como oficial de la Marina constituye el factor esencial de equilibrio. Es la clave de su seguridad  personal, y de ahí que se muestre muy celoso en la protección de su situación […]

                        - ¿Muestra tendencia a no reconocer sus propios errores?

                        -Bueno, se registra cierta inclinación en tal sentido. El capitán muestra un obsesivo interés por proteger su situación.[21]

                        (pág.558)

 

La defensa ha logrado, hasta donde el secreto profesional lo permite, hacer que, bajo la anuencia del tribunal, el experto se refiera a aspectos de la personalidad del capitán, quien no es imputado en la corte marcial  (otra gota de tinta).

Tenemos ya un sentimiento de inferioridad y el no reconocimiento de los propios errores y eso en sí mismo, para el experto, es una conducta adaptada.

Queda por dar un paso más:

 

-Doctor –dijo Greenwald, desprendiéndose de su torpeza inicial y hablando con gran precisión-, ha declarado usted que en el comportamiento del capitán, se registran los siguientes síntomas: rigidez de personalidad, sentimientos persecutorios, sospechas irracionales, alejamiento de la realidad, afán de perfeccionismo, una premisa básica irreal y un obsesivo sentimiento de la propia rectitud.

-Todo muy suave, señor, todo muy bien compensado […] la junta que yo presidí no observó ninguna muestra de incapacitación para el mando […]

En la guerra hay que aceptar  todo lo que venga […][22]

-¿No le importaría que su hijo combatiera a las órdenes del capitán Queeg?

Lundeen miró con expresión desvalida al acusador y este se levantó.

-Protesto […]

(pp. 560/562)

 

            Hay algo que la pregunta desnuda en su parte final: que la construcción y la justificación hacia la autoridad del saber científico solo valen si hay un distanciamiento respecto a la persona acerca de la cual son formuladas y no en un terreno más personal.

            El saber “técnico” ha sido cuestionado desde su base, ya que no funciona si no existe ese distanciamiento y queda en descubierto que se trata de un saber de justificación, auto contradictorio y parcial.

Tenemos una nueva mancha de tinta. La siguiente vendrá a partir de una pregunta del propio presidente del tribunal:

 

-El tribunal desea aclarar un punto –dijo el capitán Blakely […] Doctor,  ¿sería posible, bajo condiciones de tensión, una incapacidad temporal que no se tradujera en un derrumbamiento absoluto? O…permítame plantearlo del siguiente modo. Digamos que un hombre cuya afección revista un carácter  leve no está incapacitado para hacer frente a las habituales tensiones del mando. Y supongamos que una emergencia de carácter extremo multiplica sus tensiones. ¿Se produciría, en tal caso, una pérdida de eficiencia? ¿Una tendencia a confundirse y trastornarse y a cometer errores de juicio?

-Bueno, podría producirse […]

-Sin embargo, a  un comandante no debiera ocurrirle tal cosa.

-No, pero, prácticamente hablando, señor, son también seres humanos.

(p.563)

 

            Visto desde afuera, es precisamente esa aptitud de enfrentar hechos extremos sin alterar el equilibro de lo que se trata la aptitud para el mando[23].

            En este punto podemos plantearnos una cuestión: ¿Es este lenguaje una herramienta narrativa que copia las notas del discurso científico  al mismo tiempo que las parodia? o ¿refleja situaciones reales?

Se trata de un discurso autocontradictorio, complaciente, ignorante de ciertos datos de la realidad, por ejemplo los incidentes que suscitó el mal desempeño de Queeg.

            Esta duda es planteada precisamente por lo verosímil que este discurso resulta y que es, en las grietas que presenta, indicador de un funcionamiento institucional alienado[24].

           

            El testimonio de Bird, que sigue al de Lundeen es todavía más bizarro. Aclara que la personalidad del capitán es obsesiva con rasgos patológicos pero que eso no lo inhabilita para el mando.

 

[…] El capitán Queeg cree subconscientemente que no gusta a los demás porque es perverso, estúpido y personalmente insignificante. Estos sentimientos de culpabilidad y hostilidad se remontan a su infancia.

 -¿Cómo los ha compensado?

-Principalmente, de dos maneras. Mediante el comportamiento paranoico, que es inútil y no deseable, y su carrera naval, que es extremadamente útil y deseable.

-¿Dice usted que su carrera militar es un resultado de su trastorno?

 -Casi todas las carreras militares lo son.

Greenwald miró a hurtadillas a Blakely […]

-Doctor, ¿observó usted algún hábito especial en el capitán Queeg? ¿Algo que tuviera por costumbre hacer con las manos?

-¿Se refiere usted a lo de hacer girar las canicas? […]

-¿Dijo él por qué lo hacía?

-Le tiemblan las manos. Lo hace para tranquilizarse y para disimular el temblor.

(pp. 565/566)

 

            El trastorno mental es de este modo universal y aceptado. Establece, por así decirlo, un estándar y una presunción de legitimidad.

 

-Doctor, usted ha reconocido que el capitán Queeg está enfermo y en eso ha ido más lejos que el doctor Lundeen. Se trata de establecer ahora hasta qué punto está enfermo. Usted no cree que esté lo suficientemente enfermo como para que no resulte apto para el mando. Yo quiero señalar simplemente que, puesto que está claro que usted no sabe gran cosa acerca de las condiciones que son necesarias para el mando, cabe la posibilidad de que sus conclusiones sean erróneas […]

-Rechazo esa insinuación –dijo Bird, poniendo cara de muchacho ofendido. Le temblaba la voz […] yo jamás he utilizado el adjetivo enfermo. Mis conocimientos acerca de las condiciones que se exigen para el mando son adecuados, de otro modo, yo mismo hubiera declinado formar parte de la junta…

-Tal vez hubiese sido conveniente que lo hiciera.

(p.568)

 

            En este punto no parece posible que el defensor no crea en la procedencia de la vehemente estrategia que está empleando.

 

            VII.IX Los dos testimonios con los que finaliza la audiencia oral son contrapuestos: los de Maryk y Queeg.

            Al hacer el relato de la conducta de Queeg en el tifón y luego un recuento de las anteriores, Blakely interroga a Maryk detalladamente sobre el incidente de la mancha amarilla, pidiéndole precisión acerca de las distancias. Interrogado por Greenwald, en la segunda parte de su relato menciona el pedido de Queeg de borrar el libro de a bordo y fingir que el incidente nunca había sucedido:

 

                        - ¿Insistió usted en su negativa?

                        -Sí.

                        -¿Y qué sucedió?

            -Empezó a suplicarme y a rogarme. Se pasó un buen rato así y todo resultó muy desagradable […] en determinado momento, se echó a llorar […] Al final se enojó terriblemente y me dijo que siguiera adelante y me ahorcara, ordenándome abandonar su camarote. Y entonces envié el despacho.

            […]

            -El capitán Queeg solía comportarse con normalidad, menos en los casos en que se hallaba sometido a una intensa presión, en la que tendía a trastornarse mentalmente.

            (pp. 571/572)

           

            Es posible advertir que el dicho de Maryk sobre las reacciones del capitán en situaciones de riesgo coincide con el de Lundeen.

            El hecho de acceder Maryk a brindar su versión lo pone en situación de ser sometido al interrogatorio de la acusación –cross examination-, que es hostil y despiadado, porque serlo es el único recurso posible para devolver el caso a su propio centro.

            El debate oral concluye con la declaración de Queeg.

 

El abogado de la defensa […] llamó a declarar a Queeg. Al tomar asiento en el estrado de los testigos, el ex comandante del Caine mostraba el mismo aire afable y confiado del primer día. El segundo de a bordo volvió a asombrarse del cambio que en él se había operado gracias al sol, al descanso y a su nuevo uniforme azul. Queeg parecía uno de aquellos capitanes de la Marina cuya imagen se reproducía en los carteles de propaganda.

(p.577)

 

            Nuevamente la voz que lleva la historia dosifica la intriga de la narración con el marco del debate, donde el testimonio es una suerte de salto al vacío, una apuesta que dependerá de la dinámica del interrogatorio.

            Se cumple también en la interpelación uno de los señalamientos de Lundeen, en el sentido de que el capitán atribuye a los demás la responsabilidad por sus propios actos para dejar a salvo su concepto perfeccionista de sí mismo:

           

                        Greenwald no perdió tiempo e inició inmediatamente el ataque.[25]

-Capitán, ¿la mañana del día 19 de diciembre mantuvo una entrevista en su camarote con el teniente Maryk?

(p.578)

 

            A partir de esta intervención inicial se hacen más evidentes los esquemas de las respuestas: siempre son los demás quienes conspiran contra el capitán y cuando es enfrentado a la evidencia de algo sus respuestas son “no recuerdo”.

            En la mención de cada uno de los incidentes Queeg va siendo acorralado por Greenwald y a la vez los rasgos mencionados por los psiquiatras van siendo más evidentes; el discurso del capitán va haciéndose más vacilante y contradictorio.

            La declaración es progresiva en su intensidad y, tácitamente, tanto la acusación como el tribunal advierten que el discurso de Queeg se vuelve evasivo y confuso:

 

-Capitán, hay muchos puntos de este juicio que giran en torno a la cuestión o de la credibilidad entre usted y otros oficiales. Si usted lo desea, solicitaré una interrupción de cinco minutos para que pueda reflexionar […]

-Bueno Ya lo he aclarado […] Perdí una caja en la bahía de San Diego allá por el 38 o el 39 […] La caja que perdió Keith contenía botellas de bebidas alcohólicas.

-¿Treinta y una botellas? […]

- […] el rango tiene sus privilegios.

(pp. 582/583)

 

            El tribunal, a esta altura, no sustancia las protestas de la acusación y deja proseguir la interpelación en esa línea (otra mancha de tinta).

            El examen incluye preguntas de Blakely y la opinión de un integrante del tribunal en cuanto a las distancias entre los destructores guía y las lanchas de desembarco que ponen en evidencia la gravedad de la falta  comportamiento de Queeg en el incidente de la mancha amarilla.

Frente a circunstancias concretas referidas a los distintos hechos, ya no es posible esgrimir argumentos de autoridad.

Hay dos cuestiones que se presentan: en primera instancia, la ausencia de controles y evaluaciones previas que en lugar de habilitar a Queeg para el comando no le hubieran permitido llevar a cabo misiones en el escenario bélico. Desde este punto de vista, los hechos verificados son un resultado tardío que hubiera podido evitarse.

En segunda instancia hay un límite difuso entre el argumento defensivo y la nueva responsabilidad que surge: la inocencia de Maryk solo puede ser establecida mencionando las sucesivas faltas de Queeg, que, por su gravedad, darían lugar por sí mismas a una imputación, la cual no habrá de tener lugar.

Los dichos se hacen más y más inconexos.

 

[…] Después se refirió a las erróneas cuentas de la  lavandería, a los descuidados informes de la cocina y a los defectuosos inventarios de los servicios del barco […] Casi no se detenía ni para respirar. A medida que hablaba su relato iba resultando cada vez más inconexo e incomprensible a causa de los repentinos cambios de tiempo y lugar en que se producían. Siguió hablando  mientras hacía girar las bolitas e iba enumerando, con expresión satisfecha, todos los sucesivos puntos de su defensa.

(p.594)

 

            Nuevamente el saber científico es puesto bajo escrutinio: o los psiquiatras no supieron advertir el estado mental del capitán o bien la novela viene a cuestionar tales saberes.

            Sobre el final de la declaración del capitán una ambigua frase viene a dar significado a sus dichos:

 

-Queeg siguió hablando de esta guisa por espacio de ocho o nueve minutos y terminó diciendo:

[…] si he omitido alguna cosa, hágame algunas preguntas concretas y las iré contestando una a una […]

-Ha sido una respuesta muy completa y exhaustiva […]

(p.594)

 

            El sentido de la frase de Greenwald, en la versión de Friedkin, es precisamente que con sus dichos el capitán reveló por completo su personalidad, estado mental  y sus limitaciones.

            Ya nada de eso podrá ser puesto en duda.

            El vaso de agua de la acusación ya es del color de la tinta de cada una de las circunstancias reveladas por la defensa.

 

            VII.X Los alegatos en juicio deben ser sostenidos por el rigor lógico, el ajuste a los hechos y la remisión a un valor superior que tales elementos encarnan: la verdad de lo sucedido, la correcta interpretación y la justicia de la versión de la parte que formula el alegato.

            Son posturas contrapuestas y, frecuentemente, una de ellas busca soslayar ciertos hechos.

            A diferencia de esta dinámica, los alegatos de la acusación y de la defensa coinciden en un punto central: lo desagradable de las imputaciones a Queeg, solo que interpretan aspectos de la realidad de manera diferente.

            En los juicios el alegato de la defensa es el último porque las palabras finales que debe escuchar el tribunal son las del imputado o su defensa.

            Las primeras palabras del alegato de la acusación son por demás certeras:

-Con la venia del tribunal, casi no tengo palabras para discutir la presentación del caso que acaba de hacer la defensa. No es ninguna presentación. No tiene nada que ver con la acusación que se ha formulado. No tiene en absoluto nada que ver con el acusado ni con los actos por los que se le ha sometido a un consejo de guerra.

La primera pregunta de la defensa en este juicio fue: “Capitán, ¿ha oído usted la expresión ´Viejo mancha amarilla´?” […]

Su exclusivo propósito  ha sido el de invertir el proceso de forma que el acusado no fuera Maryk sino el capitán Queeg. Y, en cierto modo lo ha conseguido […] ha obligado al capitán Queeg a defenderse […] ante el tribunal, sin tiempo para pensar, sin preparación, sin el auxilio de un abogado, sin ninguno de los normales privilegios  y ninguna de las garantías de que goza un hombre en el derecho naval.

(pp. 596/597)

 

            Analicemos si la cuestión planteada es atendible o si por el contrario es falaz. 

            Es certero que el la táctica defensista consiguió cambiar el centro del debate oral, pero cabe preguntarse si eso era evitable o no, ya que la única estrategia posible –cuando todos los controles previos habían fracasado- era la de basar la conducta de Maryk en la incapacidad de Queeg, con lo cual una cosa parece inseparable de otra.

            De las mismas normas invocadas (artículos 184 y 185 de las Ordenanzas de la Marina) surge tal imposibilidad de separar una situación de otra, ya que el presupuesto de las normas es el relevo de un superior en circunstancias que así lo exigen, con lo cual existen dos términos: la falla del superior y la acción del subordinado, a lo que es posible agregar la situación de peligro.

De ello se desprende que, inevitablemente, debe ser juzgada la conducta del superior junto con la del subordinado, ya que una depende de otra y de la imposibilidad de acudir a una autoridad superior. 

            En esta tesitura, si bien es muy atendible el planteo de que tal modo de proceder es violatorio de las garantías de un eventual imputado en un proceso, lo sucedido resulta esperable y factible y surge de las propias normas aplicables.

            ¿Hubiera debido el tribunal asumir otra actitud, como hacer un receso e informar al capitán de su derecho a ser asesorado? Posiblemente sí, pero hubiera sido un paso retardatario del efecto dramático.

            La objeción persiste: ningún proceso puede avanzar sanamente en desmedro de las garantías de las personas que pueden ser alcanzadas por él.

            En su argumento central, la acusación legitima la actuación del capitán y considera que sus circunstancias personales no permiten justificar el hecho imputado a Maryk.

            La versión de Friedkin tiene una línea muy importante de la fiscal Challee dentro de esta argumentación:

 

[…] tal precedente  es el cheque en blanco para un motín (1.31.15)

 

Ello implicaría la destrucción de la cadena de mando de cuyo respeto depende la marina.

            Lo señalado por la acusación en torno al temor al precedente resulta una afirmación falaz en el sentido de que cada caso debe ser juzgado por sus propias circunstancias, sin consideraciones abstractas acerca de lo que sucedería en caso de imponerse determinada solución.

           

            El contraste entre los modales de Chalee y los de Greenwald no hubiera podido ser más acusado […]

            -Me mostraba reacio –dijo- porque sabía que la única defensa posible del acusado consistía en demostrar ante el tribunal  la incompetencia mental de un oficial de la Marina. Ha sido el servicio más desagradable que he tenido que llevar a cabo. […]

            Hablando en el mismo tono pausado y receloso, Greenwald pasó revista a todas las pruebas negativas que se habían aportado contra Queeg, haciendo especial hincapié en los puntos que más habían parecido impresionar a Blakely. […]

            El tribunal deliberó por espacio de una hora y diez minutos. Maryk fue absuelto.

            (p.599)

 

 

La versión de Friedkin agrega algunos conceptos más, sumamente importantes.

El primero es una intervención de Challee quien solicita que el defensor sea

 

[…] censurado por este tribunal por conducta inapropiada y que ello conste en sus antecedentes (1.31.52)

 

Al expedirse sobre el punto, Blakely señala respecto a Greenwald que:

 

Este ha sido  un juicio extraño y trágico […] Condujo su caso con sorprendente habilidad pero su conducta fue desconcertante y plantea dudas ¿Su conducta fue responsable, teniente Greenwald? La reprimenda. Si existiera, debe provenir de su conciencia. El abogado no estuvo en desacato. La recomendación de amonestación se rechaza. (1.33.53) 

 

VII.XI Las soluciones de la acción planteada son muy diferentes en la novela y en el filme de Friedkin.

            En la primera se trata de un encuentro en la acera frente al edificio de consejos de guerra, con la presencia de Keefer, los padres de Maryk y la tripulación del Caine, invitando a la celebración por el fin del consejo de guerra y la publicación de la novela de Keefer, quien ha recibido un adelanto en efectivo.

            En la versión de Friedkin la situación es muy diferente: Greenwald luce muy cansado y no termina de comprender la invitación que le hace Maryk, a quien junto con Keefer, desprecia profundamente.

            No obstante, el argumento de Greenwald es –con las diferencias de tiempo y lugar ya mencionadas- el mismo[26].

            Como invitado de honor, Greenwald dice unas palabras –que son el cierre del núcleo de la novela.

                       

-He tenido que hablar con convicción y rapidez, Steve…he jugado sucio en el juicio ¿sabe? […] Bueno, me parece que tengo que corresponder al brindis del célebre autor […] se me ha ocurrido pensar que, si escribiera una novela de guerra, trataría de convertir en héroe al viejo Mancha Amarilla.

(p.603)

 

            Se plantean al menos distintas circunstancias: en primer lugar su asistencia a la celebración, a la que llega borracho, siendo que rechaza tanto a quien ha defendido como a Keefer, lo que suscita una expectativa respecto a lo que sucederá.

            Ello, por decirlo así, abre la acción y la dirige, como primera medida, a la crítica a Keefer y a su novela.

            La segunda es que para Greenwald el héroe debería ser aquel a quien atacó en el consejo de guerra.

            Nuevamente, a diferencia de la versión fílmica referencial, en la novela vuelve el origen judío de Greenwald en la discusión con Chalee primero, donde el acusador le imputa haber usado trucos de judío y en la celebración, al aludir a que familiares suyos fueron asesinados por los nazis, mientras que él estudiaba derecho y Maryk estudiaba y Keefer escribía su novela. En ese momento Queeg ya estaba listo para luchar contra los nazis, que de ganar la guerra hubieran convertido la madre de Greenwald en jabón.

            La falacia de este argumento es que de haber debido Queeg luchar directamente contra los nazis hubiera mostrado la misma ineficiencia y cobardía que en la guerra en el pacifico y le hubiera interesado salvarse a sí mismo y no a personas como la madre de Greenwald. Nuevamente, se trata de un elemento más literario que argumentativo.

 

No puedo quedarme a cenar y me alegro de que me hayan invitado a hacer un brindis para que así pueda largarme. No puedo quedarme porque no tengo apetito. Para esta cena no tengo apetito. En realidad no sería en modo alguno de mi agrado –se volvió hacia Maryk-. Steve, todo esto, esta cena es un cuento. Usted es culpable. Ya se lo dije al principio. Claro que sólo es medio culpable […]

He conseguido su absolución  por medio de ardides legales…haciendo aparecer a Queeg y a un psiquiatra freudiano como payasos…lo cual me ha resultado facilísimo […]

El único momento  de apuro se produjo cuando compareció a declarar el autor preferido del Caine. Estuvo a punto de hundirle, muchacho. No acabo de entenderlo dado que, sin duda, era, entre otras cosas el autor del motín del Caine. Me parece que hubiera debido ponerse de su parte y de la de Willie, diciendo sin ambages que él siempre había insistido en que Queeg era un paranoico peligroso.

                        […]

            He defendido a Steve porque averigüé que se estaba sometiendo a juicio al hombre que no se debía. Y el único medio que tenía de defenderlo era hundir a Queeg […] Siento haber tenido que hacerlo y me avergüenzo de ello y por eso me he emborrachado […]

            Por eso no pienso aceptar su cena ni beber su vino, señor Keefer, sino que simplemente haré el brindis y me iré […]

            Arrojó el amarillo champán al rostro de Keefer.

            (pp. 605/606)[27]   

              

                       

            VII.XII Al final del consejo de guerra se nos presentan los mismos interrogantes que al principio en lo que parece una especie de dilema insoluble: El buque no podía seguir al mando de Queeg en una emergencia pero relevarlo fue un error: ¿Por qué lo fue? ¿Cuál hubiera sido la solución? ¿En qué medida la personalidad del capitán y la influencia de Keefer determinaron el resultado? ¿Es posible separar una cosa de la otra?

            Ninguna solución parece justa.

            Las reflexiones que nos depara el debate son varias y no necesariamente pasan por el objeto del juicio.

            La primera es precisamente la mencionada: un juicio no garantiza la realización del valor justicia, pese a que formalmente la solución fuera equitativa.

            La segunda es quizás la más importante y se vincula a la naturaleza de la novela en sí[28]: el objeto del juicio es el motín pero el sustrato reside en el dilema moral: tal es el conflicto de Greenwald que finca en su decisión de defender a alguien porque es “medio” culpable, alguien a quien nadie quiere defender. No obstante, ese propósito “altruista” lo pone en conflicto con el hecho de cuestionar aquello en lo que cree[29]. De este modo, la estrategia confrontativa y la conducción de los testimonios para demostrar la incapacidad de Queeg le significa un problema moral porque tal proceder le parece éticamente incorrecto, no obstante resultar justo y adecuado para  proteger a alguien que actuó legítimamente convencido de la corrección de su proceder.

             De invertir los términos y  especular acerca de lo que hubiera significado que el consejo condenara a Maryk –como el mismo Greenwald consideraba correcto- tendríamos un resultado injusto, ya que implicaría aceptar los saberes científicos como dogmas, la autoridad como principio incuestionable y a Queeg como alguien idóneo para manejar una situación límite por el solo hecho de su jerarquía, siendo que la autoridad naval era muy consciente de su incapacidad.

            Lo justo es un valor que parece inaccesible: no se encuentra ni en una solución ni en la otra.

            Asistimos a un debate planteado en términos narrativos más que lógicos y la enseñanza que parece dejarnos es que debemos seguir una convicción siempre que sea honesta y responda a una finalidad superior y el interrogante que nos depara es acerca de nuestro modo de proceder para lograrla.[30]

            Greenwald lo plantea claramente “he jugado sucio” y nos depara una cuestión muy interesante: ¿Es posible utilizar medios cuestionables para lograr una finalidad superior e incuestionable, o la regla moral cabe tanto para las formas como para los fines?[31] Sin embargo la pregunta que surge es ¿En qué jugó sucio Greenwald? ¿O es que esta afirmación cumple una función narrativa y no argumentativa?

             En todo caso, el tribunal era el encargado de velar por la corrección del proceso y al haber convalidado la línea de interrogatorio de Greenwald la consideró correcta y no improcedente, con lo cual caería el argumento del defensor acerca de tal incorrección, que es en sí, una necesidad para resolver la acción del núcleo de la novela.

            El enfoque del defensor nos hace pasar por alto algo muy claro: son las propias normas alegadas para el relevo –los artículos 184 y 185 de las Ordenanzas de la Marina- las que habilitan tal línea de interrogatorio porque, como dijimos, la acción de quien releva a un superior responde a la propia acción –o inacción- de este último: no se trata de dos cuestiones separadas sino de una unidad.

            Asimismo, el capitán de un buque, responsable tanto de sus maniobras como del modo de ejercer su autoridad, tiene el deber de dar cuenta de sus actos ya que el grado no debería implicar prerrogativa alguna.

           

VIII.I La simple verdad

Hay un elemento que rompe con el punto de vista del debate que tenemos como lectores y que lo convierte en una simple producción discursiva y un espacio donde son reveladas todas las acciones de Queeg.

La verdad emerge claramente.

La opinión de Keith se centra en dos cosas: la incapacidad de Queeg y la situación de emergencia. Luego de ser atacado el Caine por un kamikaze escribe una larga carta a May Wyn. Uno de sus párrafos se refiere al motín:

 

Ahora veo con toda claridad que el “motín” fue en buena parte obra de Keefer –aunque yo tuviera también  un poco de culpa, al igual que Maryk-, y comprendo que nos equivocamos […] Keefer le metió a Maryk en la cabeza la idea del Artículo 184, y se produjo el drama […] En cuanto al tifón, no sé si hubiera sido mejor poner rumbo al norte o al sur, y nunca lo sabré. Pero no creo que fuera necesario el relevo. O Queeg hubiera puesto rumbo al norte por sí mismo cuando las cosas se hubiesen agravado o bien lo hubiera hecho Maryk y Queeg le hubiera secundado tras refunfuñar un poco, y no hubiera (habido) ningún consejo de guerra. Y el Caine hubiera permanecido en la zona de combate, en lugar de regresar a San Francisco durante las mayores operaciones de la guerra. Cuando se tiene a un asno inepto por capitán –que es uno de los azares de la guerra- , lo que hay que hacer es obedecerle como si fuera el más inteligente y el mejor, disimular sus errores, procurar que el barco siga navegando y armarse de paciencia.

(p.635)

 

            A partir de esta perspectiva parece surgir una simple verdad en términos puros y simples: el relevo no era necesario.

            Todo lo demás: acusación, testimonios y argumentos, son solo un desarrollo discursivo.

 

            VIII.II Colofón

            No sabemos si Wouk se inspiró o no en algún consejo de guerra o   incidente que hubiera merecido la celebración de uno, lo que sí sabemos es que dispuso de los distintos argumentos como de piezas ya contrapuestas, ya complementarias, eficaces para plantear un conflicto de conciencia y un drama.

            Desde este punto de vista, la utilización de situaciones verosímiles y la exposición de distintas posturas son, ni más ni menos, que los materiales de tal construcción dramática y, lo mismo que el resto de la novela, nos deja como enseñanza la corrección y moralidad de los actos en los mismos términos en que los expone la carta que el padre de Keith le escribe antes de morir: Hay que vivir la vida para convertirse en alguien que valga la pena y en los momentos en que surge una encrucijada se debe tomar el camino correcto.

           

           

             

 

 

 

 

 

      

 

 

           



[1] Pocket book editions, New York, 1978

[2] Se toma solo la estructura de la historia y la marina es glorificada (de hecho se encuentra dedicada a esa fuerza) , al par que varios hechos son cambiados.

[3] Hay otra versión para TV de Robert Altmann (1988) que directamente no tomaremos en cuenta.

[4] Podemos tener otra lectura del buque como un ámbito de marginalidad donde imperan reglas propias de una pandilla.

[5] En ello encuadran las situaciones de peligro y urgencia.

[6] En la audiencia, los testigos son retratados de un modo descarnado por un narrador que parece ver a través de cada uno de ellos y captar no solo su actuación sino también su naturaleza: “Maryk contempló el rostro del presidente del tribunal, el capitán Blakely, que permanecía de pie en el centro del banco, justo frente a la bandera. Era un rostro alarmante, nariz afilada, boca como una raya negra y unos pequeños y perspicaces ojos bajo unas pobladas cejas en las que se advertía una enfurecida expresión desafiante. Blakely tenía el cabello canoso, unas bolsas de pie colgaban bajo la mandíbula, labios exangües y unas arrugas oscuras alrededor de los ojos” (pág.523). La detallada descripción del modo en que Maryk ve al presidente del tribunal plantea una pregunta y una probabilidad (acerca de lo que pueda suceder y las chances en uno u otro sentido). Es más extensa y detallada que el resto de las descripciones por su propia función de abrir una expectativa ante el comienzo de las audiencias. Veremos lo que habrá de suceder después, que no es acorde a la perspectiva planteada por la descripción de referencia. 

[7] Estas referencias sobre Greenwald son recurrentes por parte de Maryk y coinciden con la impresión de Breakstone: pareciera que el cometido a cumplir debe ser llevado a cabo por alguien que no encaje en ningún molde.  

[8] En lo que puede ser tomado como una velada crítica al mercado editorial, es por demás interesante la asociación entre la escritura y el carácter advenedizo del personaje que la produce, con lo cual la guerra se convierte, en el marco de una obra estereotipada y previsible,  en un elemento del mercado.

[9] Puede tomarse como una afirmación  y a la vez ironía al mundo militar.

[10] En tal versión, seguramente basada en la pieza teatral, Willie Keith es un personaje  lateral, sin ningún peso  y sin ninguna ni relevancia: el motor de la acción es el de los argumentos y el modo en como son desarrollados, así como el modo en que actúan los testigos.

[11] Un ejemplo es, como veremos,  el testimonio de Keefer.

[12] En este caso nos referimos a una institución cerrada y formal pero se trata de un rasgo común a todas: la autoridad parte del supuesto de que lo que hace siempre es correcto, pese a que pueda ser incorrecto, y cuando surge esta incorrección, rápidamente se responsabiliza no a quien lleva acabo la conducta sino a quien la cuestiona. Esto está muy claro en el primer tramo de la audiencia, donde la acusación se apoya en esta suerte de credibilidad establecida y el capitán aún puede atribuir la responsabilidad a los demás, que es el mecanismo para el cual tal credibilidad lo habilita y por medio del cual busca mantener el equilibrio de su personalidad.

[13] Si asumiéramos que la postura de la acusación es el agua de un vaso y que el desarrollo de los argumentos de la defensa equivalen, cada uno, a una gota de tinta, podríamos tomar a este hecho como la primera de esas gotas, ya que si el tribunal no considerase correcta y verosímil la línea de interrogatorio no la hubiera autorizado. 

[14] En rigor de verdad, se trata de términos amplios. El supuesto de razonabilidad está dado en la falta de respuesta del capitán en la emergencia y el de prudencia en la de adoptar la mejor decisión para la seguridad del buque. Ambos términos se complementan y no parece posible adoptar un temperamento acorde a las circunstancias sin relevar al capitán, con lo cual, el argumento de la locura parece secundario: solo se trata de responder a la emergencia.

[15] De este modo, las circunstancias disvaliosas son asumidas y al mismo tiempo aceptadas como modos de funcionar enajenados y enajenantes, todo ello en nombre de la autoridad y la disciplina; dicho de otro modo, se vuelven “aceptables”.

[16] Los efectos más importantes  de la narración suelen estar en lo implícito: la incapacidad generalizada, que se escuda en la disciplina y, como en este caso, la “coherencia” de un ámbito que es sostenida hasta donde sea posible pero que luego, indeclinablemente, se desmorona y revela que no había nada de coherente dentro de esa pretendida coherencia: es lo que sucede en este caso. Tal coherencia es justificada por el saber “autorizado” pero luego cae ante el peso de la propia evidencia que revela la incoherencia.

[17] Hay en la alegación de Greenwald al menos dos argumentos que pueden ser considerados como contradictorios; el primero es el hecho de que al probar la ineptitud de Queeg está demostrando que no era capaz de comandar el buque en una situación de riesgo y que –pese a que al principio Greenwald dijo que preferiría ser el acusador y no el defensor-  la actitud de Maryk era verosímilmente correcta. En este sentido, su afirmación posterior de que, tarde o temprano Queeg hubiera cambiado el rumbo, es meramente hipotética, más aun en la situación de riesgo en que se encontraba el Caine, ya que tal cambio debía ser decidido y llevado a cabo sin dilación.

El otro argumento contradictorio se encuentra en el discurso final de Greenwald en la celebración, tal como lo analizaremos más adelante.

[18] Es innegable que tales hechos son una producción del propio sistema: si en el momento oportuno Queeg hubiera sido destinado a un trabajo de escritorio, como se consideró luego de producirse los primeros incidentes, todo lo demás no habría sucedido. Ello nos lleva a que en lo relativo de la responsabilidad de las personas en las instituciones que las pusieron en el lugar que ocupan, ya que son éstas y sus instancias de decisión las que colocaron a dichas personas en una posición de poder. En las instituciones, faltas y delitos son tomados como algo que llevó a cabo alguien y no como una producción del sistema que construye a dichas instituciones: aceptando, permitiendo, ignorando.

[19] También es una actitud muy común, la crítica entre pares y la conformidad ante la jerarquía y la consiguiente inacción.

[20] El concepto se refiere al hecho de sorprender a la contraparte con planteos inesperados para los cuales no se encuentra preparada. En esta línea, no es honesto sorprender al oponente sino debatir de manera frontal  sobre elementos existente de forma previa y que sean conocidos por ambos contendientes. Tales las reglas del modelo adversarial de debate.

[21] En todos los hechos acaecidos en la acción el capitán siempre buscó  ocultar su responsabilidad y culpar a sus subordinados por sus errores.

[22] Esta afirmación es contradictoria respecto a la anterior: si el capitán es apto para el mando y está bien compensado está de más decir que en la guerra hay que aceptar todo lo que venga, ya que cuanto más crítica sea la situación es mayor la racionalidad y el equilibro que se requiere.

[23] Algo que es posible apreciar es que la actitud para el mando –tal como es mostrada aquí- no es un punto deseable y elevado al cual las condiciones personales permitan acceder sino un reconocimiento y que, una vez alcanzado, habilita un  discurso de justificación del tipo de “eso no le impide…” o “no obstante eso” cuando debería tratarse de lo contrario, de un deber de entrega que no admita ninguna justificación.

Esta parece la base de pronunciación del discurso “autorizado” que busca impugnar el narrador y lo hace llevando a ese discurso a una suerte de parodia de sí mismo.

[24] La novela puede, desde este punto de vista, ser leída como un ensayo de análisis  de las instituciones cerradas, capaces de generar su propia coherencia, inexplicable desde afuera. No es casual que Greenwald sea un abogado en la vida civil y personal que revista en la marina de manera voluntaria.

[25] La frase establece la tónica de la naturaleza de la intervención del defensor: un ataque. En ese ataque Queeg deberá responder a sus propios actos ante un auditorio inimaginable al momento en que los llevó a cabo.

[26] La película de Dmytryc tiene algunas diferencias tanto respecto a la novela como a la versión de Friedkin, pero no se encuentra tan lograda como ésta última.

[27] En la película de Friedkin Greenwald además dice que Keefer le metió en la cabeza los artículos 184 y 185 y la paranoia siendo que Maryk “no distingue a un paranoico de un antropoide, pero usted sí” (1.41.14)

[28] Un relato de aprendizaje

[29] En el filme de Friedkin hay una línea muy importante en el primer diálogo entre Maryk y  Greenwald referida a los jefes navales: “-¿Les teme a los altos mandos? – Peor, los respeto” (0.39).

[30] En un momento de la película Negación (Mick Jackson, 2016), referida al proceso civil de un historiador de tendencia nazi contra una editorial, el juez se pregunta acerca si es posible admitir de alguien que está equivocado, si puede estar “honestamente equivocado”, estableciendo así una frontera entre el error y la intención. El capitán Queeg no asume sus errores o bien los oculta o atribuye a otros: ha traspasado la línea entre estar honestamente equivocado y ser consiente de estarlo.

[31] Hay una interesante línea del personaje de Malanie Griffith en una simple película de comedia titulada Secretaria Ejecutiva  (Mike Nicols, 1988) algo así como hay que seguir las reglas pero alguien como yo no puede lograr su propósito si no rompe las reglas: este simple enunciado nos plantea que las reglas no garantizan la finalidad justa cuando quien las sigue está  en una situación subordinada. En el caso que analizamos, forzar las reglas no es correcto pero es el único modo de lograr un resultado menos injusto que si no se las forzara.