miércoles, 12 de noviembre de 2025

Días perfectos: con magia pero sin trucos


 

La circunstancia que llevó al director alemán Win Wenders, autor de una obra extensa y original, a filmar Días perfectos (2023) fue la invitación a poner en escena distintas historias cuyo escenario habrían de ser los baños de Tokio del proyecto “El Servicio de Tokio”.

Con motivo de los Juegos Olímpicos a Paralímpicos de Tokio, surgió la idea de, en la comuna de Shibuya, de encargar a 17 renombrados arquitectos el diseño de baños públicos de características tan innovadoras como creativas.

Al pensar su proyecto Wenders consideró que, más allá de esa propuesta había una historia para contar.

            El desarrollo narrativo de la película, en sí mismo, es muy diferente a las estructuras habituales para referir una historia, y las expende al demostrar que se puede contar algo sin que sucedan muchas cosas, sino simplemente desde el propio poder que internamente ese algo contiene.

            No hay el planteo de un núcleo, una intriga, un desarrollo o una resolución: la narrativa simplemente es su propio discurrir.

 

            Con magia pero sin trucos

La primera vez que vi la película inmediatamente vinieron a mi mente dos cosas: las palabras de Ana María Shua sobre la novela Alrededor de la Jaula, de Haroldo Conti: “Este libro tiene  magia, pero no trucos. Magia verdadera, de la misteriosa, de la que no es posible explicar…La historia sucede en el presente absoluto: nada sabemos del pasado de los personajes y sin embargo sabemos todo lo necesario…En un escenario de tristeza y deterioro, Conti se arriesga a jugar con la capacidad de los personajes de encontrarse a sí mismos”. La segunda fue la novela de Haroldo Conti en sí misma.

 

La diaria esperanza

Hirayama despierta cada día con el leve rumor de la escoba de alguien vecino a su pequeño departamento, que barre su vereda; luego se levanta y lleva a cabo las acciones necesarias para comenzar el día. Cada una tiene su importancia, como en un ritual. Con la recurrente presencia de una enorme torre iluminada con colores cambiantes (La Tokyo Sky Tree) va y viene de su recorrido para cumplir su trabajo de limpieza de los baños del proyecto mencionado y conocemos así esos diseños tan bellos como funcionales y refinados que, junto con el pequeño departamento de Hirayama, y algunas calles de Tokio, son los escenarios del filme.

El personaje lleva a cabo su trabajo con dedicación y minuciosidad, como parte de un ritual dado en el silencio y en el respeto que cada objeto, cada acción, por mínima que sea, y cada persona despiertan en él.

En el lenguaje del silencio el rumor del viento en las hojas de los árboles, tiene una presencia, lo mismo que las luces y sombras.

El silencio es tan importante que sentimos que algunas cosas que lo interrumpen son una trasgresión a ese estado de ensimismamiento que el propio silencio inspira. Ciertas intervenciones, ciertas escenas, ciertas voces- truncan esa quietud, por decirlo así, sagrada.

Pronto entendemos que esas acciones mínimas: el diario cuidado de sus plantas, la lectura nocturna, el escuchar música en casetes, los paseos en bicicleta o las comidas, son en realidad, en su significación, grandes acciones. En un momento, recoge un frágil retoño que comenzaba a nacer a los pies de un frondoso árbol en una plaza y con todo cuidado lo trasplanta a una maceta, imaginamos entonces que todas las plantas que cuida día a día han de haber tenido ese origen. Parecerá algo menor pero no lo es: la vida más frágil es una afirmación de la propia vida y de la esperanza, lo mismo que la del personaje.

Nada sabemos Hirayama y la narración deja entrar muy pocos elementos a ese interrogante que es ella misma. Es despojada, fluye y también está hecha del detenimiento de aquellas pausas en las cuales el personaje, durante sus descansos para su frugal almuerzo en una pequeña plaza, capta, con una pequeña cámara analógica la luz que se filtra en las copas de los árboles, movidas por la brisa.

            A este mundo de orden, soledad, silencio y ensimismamiento llegan, como fragmentos, ecos del mundo exterior y algunos aluden a episodios anteriores de una vida que nunca conoceremos.

Al despuntar el alba y salir a trabajar cada día, una sonrisa parece celebrar el advenimiento de una nueva jornada y a la propia vida; se encamina entonces a la pequeña rural en la que se desplaza con sus herramientas de trabajo y comienza su recorrido.

 

Algo sucedió alguna vez

Del mismo modo que con la novela Alrededor de la Jaula, sobre cuyos elementos estilísticos trabajé en mi libro La historia de las simples cosas- Temas, motivos y recursos estilísticos en las dos primeras novelas y cuentos y relatos de Haroldo Conti (Editorial Biblos. Teoría y Crítica, 2024), las primeras sensaciones surgen de ese misterio que es un personaje, del hecho de que no se necesiten muchas palabras para colocarlo en el centro del universo narrativo (un universo mínimo pero lleno de significaciones e interrogantes).

Luego surge la reflexión acerca de la naturaleza y la dinámica de las acciones: qué expresan, a dónde conducen, de dónde vienen, qué hizo que fueran así. Es la magia de la que tan acertadamente habla Ana María Shua. Dichas acciones son externas en una pequeña parte, pero obedecen a algo interior que es un interrogante, tanto en Hirayama como en Silvestre y Milo en la novela de Conti. Quizás por eso Koji Yakusho, el actor que interpreta a Hirayama, las compara con las acciones de un monje: por su regularidad y significado: no son simplemente una rutina sino la expresión de un orden de “supervivencia” y descubrimiento.

Algo sucedió alguna vez y la respuesta es el refugio en los pequeños  actos, puestos a ordenar el caos producido por ese algo devastador: una pérdida, una tragedia, un dolor. Por eso tales pequeños actos son en realidad muy grandes.

Una vez, en un diálogo con la psicóloga Ana Rozenfeld, que se dedicó al abordaje de la resiliencia (resilium es el término latino para designar la aptitud de un material para mantener su forma luego de un fuerte impacto), mencionó a una mujer que había perdido a su hija en el atentado a la AMIA. De a poco, aferrada a pequeñas rutinas, fue reconstruyendo su mundo. El mensaje es que esas acciones pueden ordenar el caos de aquellas tragedias tan enormes que no se pueden nombrar porque no caben en ninguna palabra.

Ana Rozenfeld señala que es una nueva subjetividad la que surge, inesperada, frente a un hecho traumático que produce el descubrimiento de una potencia ignorada, y de recursos desconocidos. Cada hecho traumático genera una actitud distinta, que no parece producto de decisiones deliberadas, ni solamente una estrategia de adaptación, o el triunfo de los más aptos, sino algo más sutil y creador.

No se trata de una propuesta voluntarista, pero entraña un acto de voluntad; y es más bien un resultado: el de distintas estrategias no del todo conscientes, ni enunciadas, que empujan y llevan. No parece haber consignas, ni recetas, ni incluso, un estado de enunciación verbal, pero el resultado de eso, que ni siquiera es un impulso, se transforma en un rumbo, donde confluyen una brújula interior, y una marea.

La idea de un rumbo que implique la exigencia de seguirlo es lo único que nos afirma como personas cuando hemos perdido todas las  referencias conocidas.

Nada nos lo dice, pero sabemos que algo sucedió en la vida de Hirayama: las referencias que tendremos serán breves y parciales, pero suficientes para entender que su trabajo y la forma en que lo hace –igual que en Alrededor de la jaula- son la consecuencia de algo.

 

Días perfectos

Hay algo más que es central: las letras de canciones como elementos que expresan aquello que el personaje deja entrever.

Hirayama se ha procurado un orden en el que su vida debe discurrir para que sea posible la esperanza de cada jornada.

Dentro de ella las cosas parecen posibles; sin embargo, en la experiencia cotidiana se presentan incidentes aislados capaces de perturbar esa paz, algunos remiten –veladamente- a su vida anterior.

En Día perfecto, de Lou Reed, por debajo de la dicha de un día vivido con la mujer que ama hay algo más, porque esa dicha le ha hecho olvidar momentáneamente quién en verdad es.

Las canciones, como La casa del sol naciente, narran historias y pensamos si esas historias estarán, literal o figuradamente, vinculadas a la de Hirayama.

También los libros, como Las Palmeras Salvajes, de William Faulkner, que lee Hirayama, remiten a la huida, la salvación y la expiación de las culpas.

La historia, tan simple, es un interrogante que se expresa en el rostro final de Hirayama, que alternativamente y casi sin solución de continuidad, expresa, por medio de gestos de pena y de felicidad, el dolor por lo perdido y el valor de lo conquistado día a día en una lucha tan tenaz como silenciosa y secreta. Llora y ríe mientras, cantada por Nina Simone, suena la canción Feeling good (“Es un nuevo amanecer/Es un nuevo día”)

Fugaces imágenes en blanco y negro durante su sueño, e imágenes reflejadas en las cosas remiten a ese mundo secreto y cifrado donde alternativamente están el dolor y la esperanza.

El propio título nos deja ese interrogante: ¿Son días perfectos por lo ganado o, como lo dice la canción,  “o por hacerme olvidado de quien en realidad soy”?

 

 

Eduardo Balestena

10.XI.25