viernes, 21 de noviembre de 2025

Casta, el origen de lo que nos divide


 

“Porque, aunque debería hablar, nadie me creería. Y nadie me creería precisamente porque sabrían que tengo razón”.

Esta cita de The next time, de James Baldwin (1924-1897)  abre el libro Castas, el origen de lo que nos divide, de Isabel Wilkerson (Washington, 1961). No es casual que la mención de referencia provenga de un escritor de color, activista por los derechos civiles y con la valentía de abordar temas sociales y sexuales en sus obras.

La jerarquía es algo que no se puede desafiar –al menos no sin un costo- y la razón es a veces invisible, otras, postergada y otras, cuando nos enfrentamos a ciertos ámbitos, peligrosa.

 

Un trabajo teórico y de campo

Isabel Wilkerson es una muy reconocida periodista e investigadora cuyo libro The warmth of other suns (El calor de otros soles), una profunda y extensa investigación de las migraciones desde el Sur al Norte y el Oeste de los Estados Unidos, de unas seis millones personas de color, en el periodo 1915-1970, que cambió el mapa de esa nación, obtuvo un gran impacto en el debate público y le valió la obtención del premio Pulitzer.

            En Casta, el origen de lo que nos divide, (2021) concibe a la violencia racial como una manifestación del sistema de castas -al que responden sociedades estratificadas en unidades fijas que coexisten dentro de un orden jerárquico gobernado por la violencia y el control social- .

            Su estudio comparativo toma a los Estados Unidos, la Alemania nazi y la India. El trabajo de investigación y de terreno que lleva a cabo es por demás  extenso y significativo.

            Más allá de la violencia –que ilustra de un modo abrumador e incontestable- el modelo de las castas, que opera de manera silenciosa e inconsciente, vertebra a toda la sociedad en todos sus planos.  

 

            Origen

            El filme Origin (2023) de la cineasta Ava DuVernay (Los Ángeles, 1972) se basa tanto en la investigación de Isabel Wilkerson como en la dramatización de su vida y de otras historias que menciona el libro y que trabajan en la narrativa del filme de manera muy eficaz.

            Las dos horas del filme son un resumen elocuente de las 423 páginas del libro, sin contar las notas, con referencias bibliográficas, acotaciones y el detalle de las entrevistas, ni el de la bibliografía, todo lo cual suma aproximadamente unas cien páginas más.

            Los puntos centrales del texto se encuentran expresados en un filme que muestra algunas circunstancias, como el asesinato del joven de color Trayvon Martin (quien simplemente caminaba de regreso a su casa, en 2012 y fue asesinado por un vigilador), que aparece en el libro de manera lateral.

Hay una introducción, en letra itálica, al desarrollo del texto que, bajo el título Un hombre en la multitud, describe detalladamente y analiza el significado de una fotografía tomada en un astillero de Hamburgo en 1936, donde aparece una multitud de trabajadores haciendo el saludo nazi en ocasión de la botadura de un barco: en medio de la masa de personas, un hombre, de rostro firme y sereno, mantiene sus brazos en el pecho, sin obedecer a la multitud. “Al contemplarlo desde nuestro punto de vista, es la única persona en toda la escena que está del lado correcto de la historia […] Se cree que su nombre era August Landmesser. En aquel momento no podía saber el devenir asesino al que conduciría la histeria circundante. Pero había visto lo suficiente para rechazarlo”.

El filme muestra esa fotografía en grandes dimensiones a poco de comenzar, en oportunidad de una conferencia dada por Isabel Wilkerson.

En la parte final de ese texto la autora reflexiona acerca de que todos hubiéramos querido, en uno u otro momento, ser como Landmesser, pagando el precio de vivir el riesgo, las consecuencias y el desprecio, pero que por una cuestión numérica, eso sería imposible: frases que nos resuenan hoy desde el doloroso pasado de unas décadas atrás, como “en algo andarían” o “los vamos a reventar”, en 1982, o, más cercanamente, el control social duro –que gozó de un absoluto consenso- que durante la cuarentena obligatoria de 2020 significó las numerosas violaciones a los Derechos Humanos perpetradas por el gobierno y las fuerzas represivas, le dan la razón a Wilkerson (tal tema fue abordado en mi libro Las piezas que arman el mundo: la epidemia en la literatura y como nuevo orden autoritario, con prólogo de la Dra. Sandra Pitta. Espacio Editorial, Buenos Aires, 2021).

 

            De las leyes “Jim Crow” a la Alemania Nazi

            El gran documentalista Ken Burns (Brooklyn, 1953), que produjo una muy extensa obra, hizo dos trabajos memorables: Jazz (2000) y Country Music (2019). La televisión los ofreció de manera abreviada –reduciendo la duración de los episodios de dos horas a una- lo cual sirvió al menos para plantear sus completos e incisivos puntos de vista –en lo artístico y lo social- y su lenguaje de virtuosismo en la sincronía entre el rico texto y el enorme archivo fotográfico del que se valió, junto con valiosas entrevistas a músicos.

            En el primer episodio de Jazz –serie documental que aborda la historia del género- refiere el origen de las leyes “Jim Crow”, que tanto menciona Wilkerson, e ilustra, -en la versión completa- de manera muy cruda, linchamientos de personas de color, que eran mutiladas, quemadas vivas y –agrega Wilkerson- parte de sus cuerpos enviadas como souvenirs por correo. La investigadora enumera detalladamente muchísimos hechos de violencia, tanto de esa época como de otras más recientes: el odio racial se hereda y subsiste.

“Jim Crow” fue un personaje de Daddy Rice, un comediante cuyo “humor” se basaba en los estereotipos de raza. Los espectáculos de minstrel, como se llamaba el género, fueron el primer entretenimiento masivo de los Estados Unidos y funcionó reforzando el fuerte prejuicio que se tenía de las personas de color.

El cineasta y la autora coinciden en señalar que, tras la Guerra de Secesión, el Gobierno Federal mantuvo la ocupación de los territorios del sur hasta 1877, para retirarse luego, lo cual significó el recrudecimiento de la violencia a la intensidad anterior a la guerra civil y la aparición de las leyes “Jim Crow”. A partir del fallo “Plessy vs. Ferguson” (1896) de la Suprema Corte, que consagró la doctrina “Separados pero iguales”, la segregación se hizo legal en los Estados Unidos.

Las leyes “Jim Crow” ocasionaron una enorme migración y –en el campo del documental de Burns- hizo que el jazz se expandiera a otras latitudes, como Chicago y Nueva York.

Wilkerson enumera, además de los hechos de violencia, todas las restricciones legales de las personas de color, que, por ejemplo, eran privadas de transmitir sus bienes hereditariamente y no podían casarse con “blancos”.

En el filme, Isabel Wilkerson (personificada por la actriz Aunjanue Elli-Tylor) visita distintos memoriales de Berlín. En uno de ellos hay una fotografía de 1935 en la cual los juristas del Reich debaten las leyes raciales que prohibían el casamiento entre arios y judíos. Encuentra en un museo las actas de esa reunión, en la cual la fuente directa de las Leyes de Nuremberg fue el conjunto de las leyes “Jim Crow”.

La tesis de Wilkerson es que las sociedades establecen una jerarquía de castas en la cual, arbitrariamente, crean categorías inferiores a las que culpan de toda la adversidad y a la que adjudican rasgos de inferioridad. El artificioso concepto de “raza” es simplemente uno de los modos de establecer esa jerarquía.

 

En África no hay negros

En el capítulo titulado La construcción arbitraria de las divisiones humanas Wilkerson señala que una dramaturga nigeriana asistió a una de sus conferencias en la British Library, en Londres, intrigada por la idea de que seis millones de afroamericanos hubieran buscado asilo político dentro de su propio país durante la Gran Migración. “´Tú sabes que en África no hay negros´ dijo […] son igos o yorubas, ewes, ndebeles. No son negros. Son ellos mismos´”.

Un enunciado tan sencillo y evidente nos revela que las divisiones están hechas desde la supremacía y el poder, uno que se atribuye el colocar a las personas en categorías que en otro sitio no existen.

Tal es la falacia del concepto de raza: se es lo que se es independientemente del color de la piel o de características físicas, cuyo “valor” es puesto por quien ejerce un dominio sobre ellas.

 

Castas

Wilkerson plantea que la violencia de castas no obedece simplemente al color de piel: los judíos eran blancos como los arios y los indios son morenos, independientemente de la casta a la que pertenecieran.

El concepto no es nuevo y ya fue estudiado a fondo en el libro Deep South (1941) por un equipo de antropólogos: Allison Davis y su esposa Elizabeth, de origen afroamericano y Burleigh y Mary Gardner, todos ellos de Harvard, estudiaron la violencia del sistema de  castas en Natchez, una ciudad del profundo sur de Estados Unidos en la década de 1930. Como afroamericanos, los Davis llevaron a cabo su trabajo a riesgo de sus propias vidas.

En su viaje a la India encuentra, en el diálogo con varios investigadores, que el doctor Brimrao Ramji Ambedkar (1891-1956), eminente jurista,  presidente de la comisión redactora  de la Constitución de la India, quien procedía de la casta dali, la más baja de todas, había pensado en las similitudes del trato que las personas de color de Harlem, que conoció muy bien, recibían, era muy semejante al de las castas más bajas de la India y padecían la misma ficticia división que consideraba a unas personas inferiores a otras por motivos de nacimiento.  

 

Frascos y etiquetas

El filme reproduce, bajo la forma de un dialogo de Isabel con su prima Marion, un pasaje del libro. El enunciado es más o menos así: todos nosotros somos un frasco con un contenido; los estereotipos dominantes colocan a cada frasco una etiqueta que no tiene nada que ver con el contenido y ubican el recipiente en un anaquel cualquiera, que puede tener que ver con la etiqueta pero no con lo que el envase lleva adentro.

El seleccionar este concepto –uno de tantos del libro- significa no mencionar otros, cuya sola enumeración sería interminable.

No obstante, sirve para concebir que el concepto de castas permea absolutamente toda la vida social y que va muchísimo más allá de aquello que es evidente.

En la extensa y nodal parte destinada a exponer los pilares de las castas, señala el castigo a quienes, siendo de una casta “inferior” destacan más allá del límite asignado y el narcisismo de casta: el miembro de la casta superior debe impedir que otros de la casta inferior destaquen.

Esto que parece tan evidente resulta sin embargo invisible y también es encubierto por argumentos de "legitimación”: los que están por encima tienen más méritos y se han ganado ese lugar que, cualquiera que tenga esos méritos puede ganar. Son argumentos que parecen propios de la sociología funcionalista: todos pueden intentarlo y si no lo logran, deberán intentarlo nuevamente hasta que sí puedan alcanzar sus objetivos, lo cual es absolutamente falso: no importa el contenido sino la etiqueta y el anaquel en el que el frasco sea colocado: todo lo que se pueda hacer no cambiará eso. 

 Como periodista y conferencista debe viajar todo el tiempo. El millaje acumulado le permite hacerlo en primera clase, espacio en el cual, la casta dominante la percibe como “fuera de lugar” y, al ser una mujer de color, también ha debido afrontar incidentes con la policía, para la cual resultó en ocasiones “sospechosa”.

Las instituciones, el ambiente literario, el ámbito cultural, funcionan dentro de los pilares de la casta. No se trata de las personas, de sus posibilidades, de sus aspiraciones, sino del lugar que ocupen dentro de una yuxtaposición de unidades fijas –como las llamó el Dr.Ambedkar-.

 

Un mundo sin castas

En la escena final, Isabel Wilkerson sale, por última vez, de la casa en la que vivió su madre y que ha debido desocupar. Un país es como una casa vieja que heredamos, dice la voz en off; luego de una tormenta preferiremos no bajar al sótano porque imaginamos que estará inundado. Es un riesgo que preferimos ignorar. No construimos la casa, pero la habitamos ahora y eso nos hace responsables de su estado y de las reparaciones que necesite.

Al salir imagina los rostros de Elizabeth y Allison Davis, del Dr. Ambedkar, y de otros, como Trayvon Martin, y de August Landmesses y su esposa judía.

En libro finaliza de una manera parecida: “En un mundo sin castas, ser hombre o mujer, de piel clara u oscura, inmigrante o nativo, no influiría  en la percepción que los demás tienen de nuestras capacidades […] Un mundo sin castas nos liberaría a todos”.

No elegimos las circunstancias de nuestro nacimiento, nuestro aspecto exterior, ni lo que otros hacen con nosotros, pero sí elegimos como pensar, actuar y como luchar, cada uno a nuestra manera.

 

Eduardo Balestena

 

20/21 de noviembre de 2025

miércoles, 12 de noviembre de 2025

Días perfectos: con magia pero sin trucos


 

La circunstancia que llevó al director alemán Win Wenders, autor de una obra extensa y original, a filmar Días perfectos (2023) fue la invitación a poner en escena distintas historias cuyo escenario habrían de ser los baños de Tokio del proyecto “El Servicio de Tokio”.

Con motivo de los Juegos Olímpicos a Paralímpicos de Tokio, surgió la idea de, en la comuna de Shibuya, de encargar a 17 renombrados arquitectos el diseño de baños públicos de características tan innovadoras como creativas.

Al pensar su proyecto Wenders consideró que, más allá de esa propuesta había una historia para contar.

            El desarrollo narrativo de la película, en sí mismo, es muy diferente a las estructuras habituales para referir una historia, y las expende al demostrar que se puede contar algo sin que sucedan muchas cosas, sino simplemente desde el propio poder que internamente ese algo contiene.

            No hay el planteo de un núcleo, una intriga, un desarrollo o una resolución: la narrativa simplemente es su propio discurrir.

 

            Con magia pero sin trucos

La primera vez que vi la película inmediatamente vinieron a mi mente dos cosas: las palabras de Ana María Shua sobre la novela Alrededor de la Jaula, de Haroldo Conti: “Este libro tiene  magia, pero no trucos. Magia verdadera, de la misteriosa, de la que no es posible explicar…La historia sucede en el presente absoluto: nada sabemos del pasado de los personajes y sin embargo sabemos todo lo necesario…En un escenario de tristeza y deterioro, Conti se arriesga a jugar con la capacidad de los personajes de encontrarse a sí mismos”. La segunda fue la novela de Haroldo Conti en sí misma.

 

La diaria esperanza

Hirayama despierta cada día con el leve rumor de la escoba de alguien vecino a su pequeño departamento, que barre su vereda; luego se levanta y lleva a cabo las acciones necesarias para comenzar el día. Cada una tiene su importancia, como en un ritual. Con la recurrente presencia de una enorme torre iluminada con colores cambiantes (La Tokyo Sky Tree) va y viene de su recorrido para cumplir su trabajo de limpieza de los baños del proyecto mencionado y conocemos así esos diseños tan bellos como funcionales y refinados que, junto con el pequeño departamento de Hirayama, y algunas calles de Tokio, son los escenarios del filme.

El personaje lleva a cabo su trabajo con dedicación y minuciosidad, como parte de un ritual dado en el silencio y en el respeto que cada objeto, cada acción, por mínima que sea, y cada persona despiertan en él.

En el lenguaje del silencio el rumor del viento en las hojas de los árboles, tiene una presencia, lo mismo que las luces y sombras.

El silencio es tan importante que sentimos que algunas cosas que lo interrumpen son una trasgresión a ese estado de ensimismamiento que el propio silencio inspira. Ciertas intervenciones, ciertas escenas, ciertas voces- truncan esa quietud, por decirlo así, sagrada.

Pronto entendemos que esas acciones mínimas: el diario cuidado de sus plantas, la lectura nocturna, el escuchar música en casetes, los paseos en bicicleta o las comidas, son en realidad, en su significación, grandes acciones. En un momento, recoge un frágil retoño que comenzaba a nacer a los pies de un frondoso árbol en una plaza y con todo cuidado lo trasplanta a una maceta, imaginamos entonces que todas las plantas que cuida día a día han de haber tenido ese origen. Parecerá algo menor pero no lo es: la vida más frágil es una afirmación de la propia vida y de la esperanza, lo mismo que la del personaje.

Nada sabemos Hirayama y la narración deja entrar muy pocos elementos a ese interrogante que es ella misma. Es despojada, fluye y también está hecha del detenimiento de aquellas pausas en las cuales el personaje, durante sus descansos para su frugal almuerzo en una pequeña plaza, capta, con una pequeña cámara analógica la luz que se filtra en las copas de los árboles, movidas por la brisa.

            A este mundo de orden, soledad, silencio y ensimismamiento llegan, como fragmentos, ecos del mundo exterior y algunos aluden a episodios anteriores de una vida que nunca conoceremos.

Al despuntar el alba y salir a trabajar cada día, una sonrisa parece celebrar el advenimiento de una nueva jornada y a la propia vida; se encamina entonces a la pequeña rural en la que se desplaza con sus herramientas de trabajo y comienza su recorrido.

 

Algo sucedió alguna vez

Del mismo modo que con la novela Alrededor de la Jaula, sobre cuyos elementos estilísticos trabajé en mi libro La historia de las simples cosas- Temas, motivos y recursos estilísticos en las dos primeras novelas y cuentos y relatos de Haroldo Conti (Editorial Biblos. Teoría y Crítica, 2024), las primeras sensaciones surgen de ese misterio que es un personaje, del hecho de que no se necesiten muchas palabras para colocarlo en el centro del universo narrativo (un universo mínimo pero lleno de significaciones e interrogantes).

Luego surge la reflexión acerca de la naturaleza y la dinámica de las acciones: qué expresan, a dónde conducen, de dónde vienen, qué hizo que fueran así. Es la magia de la que tan acertadamente habla Ana María Shua. Dichas acciones son externas en una pequeña parte, pero obedecen a algo interior que es un interrogante, tanto en Hirayama como en Silvestre y Milo en la novela de Conti. Quizás por eso Koji Yakusho, el actor que interpreta a Hirayama, las compara con las acciones de un monje: por su regularidad y significado: no son simplemente una rutina sino la expresión de un orden de “supervivencia” y descubrimiento.

Algo sucedió alguna vez y la respuesta es el refugio en los pequeños  actos, puestos a ordenar el caos producido por ese algo devastador: una pérdida, una tragedia, un dolor. Por eso tales pequeños actos son en realidad muy grandes.

Una vez, en un diálogo con la psicóloga Ana Rozenfeld, que se dedicó al abordaje de la resiliencia (resilium es el término latino para designar la aptitud de un material para mantener su forma luego de un fuerte impacto), mencionó a una mujer que había perdido a su hija en el atentado a la AMIA. De a poco, aferrada a pequeñas rutinas, fue reconstruyendo su mundo. El mensaje es que esas acciones pueden ordenar el caos de aquellas tragedias tan enormes que no se pueden nombrar porque no caben en ninguna palabra.

Ana Rozenfeld señala que es una nueva subjetividad la que surge, inesperada, frente a un hecho traumático que produce el descubrimiento de una potencia ignorada, y de recursos desconocidos. Cada hecho traumático genera una actitud distinta, que no parece producto de decisiones deliberadas, ni solamente una estrategia de adaptación, o el triunfo de los más aptos, sino algo más sutil y creador.

No se trata de una propuesta voluntarista, pero entraña un acto de voluntad; y es más bien un resultado: el de distintas estrategias no del todo conscientes, ni enunciadas, que empujan y llevan. No parece haber consignas, ni recetas, ni incluso, un estado de enunciación verbal, pero el resultado de eso, que ni siquiera es un impulso, se transforma en un rumbo, donde confluyen una brújula interior, y una marea.

La idea de un rumbo que implique la exigencia de seguirlo es lo único que nos afirma como personas cuando hemos perdido todas las  referencias conocidas.

Nada nos lo dice, pero sabemos que algo sucedió en la vida de Hirayama: las referencias que tendremos serán breves y parciales, pero suficientes para entender que su trabajo y la forma en que lo hace –igual que en Alrededor de la jaula- son la consecuencia de algo.

 

Días perfectos

Hay algo más que es central: las letras de canciones como elementos que expresan aquello que el personaje deja entrever.

Hirayama se ha procurado un orden en el que su vida debe discurrir para que sea posible la esperanza de cada jornada.

Dentro de ella las cosas parecen posibles; sin embargo, en la experiencia cotidiana se presentan incidentes aislados capaces de perturbar esa paz, algunos remiten –veladamente- a su vida anterior.

En Día perfecto, de Lou Reed, por debajo de la dicha de un día vivido con la mujer que ama hay algo más, porque esa dicha le ha hecho olvidar momentáneamente quién en verdad es.

Las canciones, como La casa del sol naciente, narran historias y pensamos si esas historias estarán, literal o figuradamente, vinculadas a la de Hirayama.

También los libros, como Las Palmeras Salvajes, de William Faulkner, que lee Hirayama, remiten a la huida, la salvación y la expiación de las culpas.

La historia, tan simple, es un interrogante que se expresa en el rostro final de Hirayama, que alternativamente y casi sin solución de continuidad, expresa, por medio de gestos de pena y de felicidad, el dolor por lo perdido y el valor de lo conquistado día a día en una lucha tan tenaz como silenciosa y secreta. Llora y ríe mientras, cantada por Nina Simone, suena la canción Feeling good (“Es un nuevo amanecer/Es un nuevo día”)

Fugaces imágenes en blanco y negro durante su sueño, e imágenes reflejadas en las cosas remiten a ese mundo secreto y cifrado donde alternativamente están el dolor y la esperanza.

El propio título nos deja ese interrogante: ¿Son días perfectos por lo ganado o, como lo dice la canción,  “o por hacerme olvidado de quien en realidad soy”?

 

 

Eduardo Balestena

10.XI.25