Entre el 5 y el 11 de febrero de 2025 tuvo lugar la 34 ta. Edición del Campus Musical de Santa María de La Armonía.
Director de orquesta, educador, director de organismos
como la Müncher Camerata, la Orquesta Sinfónica del Valles, la de Grecia, la
Bruckner Akademie de Munich, entre otras experiencias, como la de la Orquesta
del Líbano, Jordi Mora viene desde 1991 a dirigir en Campus de la Armonía. Es
dice, una experiencia diferente a las que vive otros países.
Este año hubo numerosos participantes, de la Argentina,
de Brasil, de los alumnos del Proyecto Creciendo en Armonía.
Es el trabajo de las servidoras de la Fundación Cultural
Argentina la que hace posible que tanto el Campos como el Proyecto Creciendo en
Armonía sean posibles.
Un proceso de ida
y vuelta
En la pausa del
extenso concierto final el maestro se hace un tiempo para que hagamos una
entrevista en la casa que ocupa en La Armonía cuando viene a dar los campus.
Una vez más tenemos la oportunidad de dialogar y en un
momento le pregunto por aquel Jordi que en 1991 hizo su primera experiencia en
el campus y el de 34 años más tarde,
cuando los alumnos de hoy lo son a su vez de una anteror generación de músicos
que también fueron sus alumnos.
Se siente enriquecido por la experiencia: él brinda la
suya pero se nutre de la de los demás y recuerda a aquel que, nervioso ante la
primera conferencia que debía pronunciar hace 34 anos se aventuró al desafío.
No le he confesado que en el último comentario que hice
sobre nuestra sinfónica le robé una frase: “si no nos lanzamos a hacer aquello
que parece imposible nunca sabremos que somos capaces”. La charla es tan
intensa que lo que tengo para decirle no es importante y sí lo es todo lo que
tengo por escuchar.
El músico experimentado se nutre de los alumnos: ellos
traen su talento, su amor a la música, el hambre de aprender y eso nutre a
alguien que aunque haya hecho mucho siempre sentirá que tine mucho más por
hacer.
Todo menos lo
esencial
Hay al menos tres
momentos del campus: el trabajo sobre las obras que traen los alumnos; las
conferencias diarias y el concierto final donde todo ese proceso luce y se ven
los frutos. La sensación que sobreviene cuando termina es única y lo sintetiza
todo.
En esos días, confluyen tanto alumnos avanzados como
profesionales muy formados en la música, que integran distintos organismos. Es
soprendente, dice, el giro que pueden hacer luego de solo unos días de trabajo.
La música hace que un momento sea único, que la obra vaya
revelando todo aquello que contiene y nosotros podamos descubrirlo. Así,
partitura en mano, el maestro sigue la interpretación de los participantes y
hace notar aquellos aspectos que referentes a lo musical: la función de cada
elemento, que conduce a un clímax o a otro elemento y la importancia de conocer
formalmente la obra para luego aportarle esa luz que es la del propio
intérprete. Descubrimos las particularidades de cada lenguaje, sus exigencias y
al mismo tiempo que todos tienen la misma esencia. La música es como el habla
oral: tiene su sentido e inflexiones, sus frases y cadencias y también contiene
un mensaje.
Es recurrente la famosa frase de Gustav Mahler: “En la
partitura está todo menos lo esencial”: el respeto a la intención del
compositor es acaso lo más importante, pero se revela a partir de aquello que
quien lo interpeta es capaz de descifrar y sentír.
Cuenta algunas de sus experiencias en El Sistema venezolano, cuando el maestro
Abreu, que lo fundó, encomendaba tareas que parecían imposibles pero que él
sabía que no lo eran. De pronto, recuerda, faltaba un director y Abreu le dijo
a Dudamel, ubicado en el cuarto atril de los primeros violines que dirigiera.
El famoso director tenía entonces 14 años. Cuenta que en 1992 fue invitado a
dirigir allí y que había preparado prolijamente la Cuarta Sinfonía de Brahms
pero que al llegar la orquesta le dijo que debía hacer una gira próximamente y
que las obras que les deban para elegir eran: La quinta sinfonía de Tchaicovsky;
la quinta de Shostacovich o la Consagación de la Pirmavera, ninguna de las
cuaes había dirigido previamente. Luego de la primra gran impresión, eligio la
quinta de Thaicovsky, que le pareció la más afín a lo que venía haciendo. La
orquesta accedió pero le dijeron que los músicos querían conocerlo y que
ensayara un movimiento de la 5ta. de Shostacovich. “Tengo que ir al baño”, dijo
él para ganar tiempo y poder leer allí al menos los primeros 30 compases del
tercer movimiento. La orquesta quedó encantada: literalmente según el método Abreu,
lo habían arrojado a la pileta y el había podido nadar por la parte más
profunda hasta llegar al otro lado y descubrir su propia habilidad para encarar
una obra tan compleja como esa.
Las anécdotas son muchas y alternan con las frases que
cita de Sergiu Celibidache, su maestro.
Al principio uno se siente intimidado ante su
experiencia, su dominio absoluto de las partituras y su formación filosófica,
solo para descubrir, al cabo del tiempo a alguien tan ocurrente como amable,
capaz de matizar sus exposiciones con salidas inesperadas y abrirse a la
experiencia de lo que pueden aportarle los demás.
Instantes únicos
Todo confluye: los
alumnos cada uno con su obra; el lugar; la escucha; el descubrimiento. La
música no es un proceso en el cual dada la acción a sucede el efecto b,
sino una experiencia indefinible y siempre renovada.
Alguna vez conversamos con el mastro Lanci acerca de la
idea de Stravinsky de que la música es incapaz, por sí misma, de representar
nada. La música no es un arte de representación sino una finalidad en sí misma,
parece tan innegable como el hecho de que produce en nosotros sensaciones y si
no vienen de la música ¿entonces
de donde vienen? Parece un enigma tan imposible de resolver como aquel otro
que plantea el maestro Mora: hay una esencia en las cosas que permanece
invariable: la forma musical se reduce a un proceso de presentar elementos que
cambian, que son expresados en momentos de tensión y distención, de clímax y de
calma y esto es presentado de distintas maneras por todos los lenguajes, pero
al mismo tiempo, todo cambia, como en la metáfora de Heráclito: "ningún hombre puede cruzar el mismo río
dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos". No
parece haber una respuesta definitiva
En una sala de conciertos, en la casa grande de La
Armonía luego de cada clase o de cada concierto es posible sentir que la música
es algo profundo, indefinible, que nos produce sensaciones sin las cuales la
vida no sería la misma y que eso sucede en un instante donde algo brilla, tanto
en ese momento como en el recuerdo de ese momento.
Una puerta de acceso
Las musas, hijas de
Zeus, nos dice Susana María García en su libro Qué hay en el lenguaje, son de naturaleza divina y poseían el don
de la profecía, la inspiración y la omnisciencia. De allí derivan museo y música. La imagen que nos da el mito, dice García, no es la imagen
de la cosa sino la cosa misma. El mensaje de la música, entonces, es la misma
música: ese orden mágico al cual podemos acceder, siempre parcialmente porque
es inagotable.
De este modo, la música es relativa al don de la
omnisciencia y de la imspiración, por eso es capaz de ir a través del dolor y
producir felicidad o atravesar la oscuridad y producir luz.
Cada año tenemos
eso en la mágica confluencia en que las cosas se organizan y dan por resultado
una experiencia tan llena de felicidad como de inetrrogantes, porque la música
es un proceso inacabable y eso es lo que decubrimos al asomarnos, por vía de
alguien que la conoce profundamente.
Eduardo Balestena
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