Resumen:
Este ensayo
es parte del más extenso que dediqué a la novela El Motín del Caine de Herman Wouk, de la cual tomo en este
desarrollo el núcleo central de la corte marcial.
Se trata de
una novela de aprendizaje.
El núcleo de
referencia es un desarrollo argumentativo y a la vez una forma narrativa destinada
no solamente a plantear la intriga sino
también a poner en el centro de una reflexión a una institución total: la
disciplina, la arbitrariedad, los saberes “autorizados” son la verdadera
materia del juicio.
El tema de la
novela es la lucha entre el bien y el mal y por consiguiente el
planteo de un problema moral.
Abstract:
This essay is
part of a longer piece I wrote on Herman Wouk's novel The Caine Mutiny, from
which I have taken the central theme of the court martial for this essay.
It is a
coming-of-age novel.
The core
reference is an argumentative development and, at the same time, a narrative
form intended not only to raise the
intrigue but also to place a total institution at the center of reflection:
discipline, arbitrariness, and “authorized” knowledge are the true subject matter
of the trial.
The theme of
the novel is the struggle between good and evil and, consequently, the raising
of a moral problem.
Translated
with DeepL.com (free version)
I. En la nota inicial de su
movela The Caine Mutiny,[1] (1951) Herman Wouk
aclara que se trata de una obra de ficción,
como tal no basada en ningún personaje real; que no existió ningún buque de la
marina de los Estados Unidos con el nombre de Caine y que tampoco hubo una corte marcial con la situación de la
que es narrada en la novela. Asimismo, refiere que hechos y personajes no corresponden a situaciones o
personas reales y se basan en sus observaciones de distintos casos y en el
hecho de haber servido en la marina durante tres años a bordo de destructores
barreminas (como el Caine), bajo el
mando de dos capitanes.
Tanto la precisión de los lugares como
de las situaciones y personajes nos hacen poner en duda esta declaración
inicial que no se encontraría justificada si los hechos fueran totalmente
ficcionales.
II.
Disposición narrativa y concepción de la obra
Estructurada en siete partes, cada una
con varios capítulos, el motín del título, en el cual es juzgado Steve Maryk, demanda
escasos ocho capítulos –de los 40 que componen la obra-. El primero relativo al
hecho es el 30, último de la quinta parte (The
mutiny) y los restantes (31 al 37) corresponden a la parte VI (The Court-Martial).
De este modo, tenemos que el motivo
nuclear ocupa de la página 422 a la 574 de la edición en inglés, es decir 152
de las 639 páginas de la novela, lo que equivale a decir que insume,
aproximadamente, entre una quinta y una sexta parte de la longitud total. En la
edición en español, de la cual tomaremos las citas, el motín abarca de las
páginas 309 a 595.
Si bien es la más importante, el motín
forma parte de las contingencias que vive el personaje y de su vínculo con
otros en el planteo de dos órdenes de motivos: primero el social y religioso y segundo
el moral que surge tanto en la corte marcial y sus incidencias, como en las
actitudes individuales de los personajes, que plantea el verdadero tema de la
novela: el dilema moral entre lo correcto
e incorrecto, una versión de la lucha
entre el bien y el mal.
III.
Las variaciones a partir de la concepción inicial
III.
I Hay una
primera versión fílmica (1954) dirigida por Edward Dmytryk[2],
pero tomaremos como referencia la de William
Friedkin (2023)[3], que, a diferencia de la
anterior, se circunscribe a lo que sucede en la sala de audiencias y está
abordada como una obra de teatro filmada.
La acción es sacada del escenario de
la Segunda Guerra Mundial y llevada al Golfo Pérsico y el motín, en lugar del
18 de diciembre de 1944 sucede el 18 de diciembre de 2022. Este intento de
actualizar la acción lo es al precio de poner al escenario bélico en un segundo
plano, hacer menos creíble uno de los episodios llevados a la audiencia y no
mencionar al menos otros dos que resultaban
de gran importancia. Las supuestas ventajas de actualizar la acción parecen no
justificar las pérdidas de mantenerla en tiempos de guerra, cuando el combate
contra los japoneses era aún intenso y de la mayor importancia en el resultado
del conflicto; éste no es manifiesto como en la novela, no hay mención de
lugares precisos, de batallas conocidas ni del rol del Caine en ellas, que es un indicador de la escasa importancia de las
acciones del buque.
El planteo de esta versión implica que
lo único central sea el motín y el único dilema el ético.
IV.
La dinámica de los hechos
IV.
I Tanto en la
edición en inglés como la edición en castellano hay un mapa que traza, con
expresa mención de las fechas, la ruta del Caine
bajo el comando de Queeg a lo largo de la novela. El mapa constituye un
verdadero resumen de la acción y remite
a los distintos hechos que suceden.
El
primer punto es en Pearl Harbor, septiembre de 1943, cuando Queeg toma el
comando del buque; luego viene el incidente con los chalecos salvavidas y los
cascos, noviembre de 1943; San Francisco, Maryk se convierte en oficial
ejecutivo, diciembre de 1943; incidente de la mancha amarilla, Kivajalein,
enero de 1944; baterías de la costa, Saipán, junio de 1944; incidente de las
frutillas, noviembre 1944, W; tifón y motín, diciembre de 1944, Saipán.
Este
esquema será útil particularmente para analizar las razones invocadas en cada
uno de los hechos centrales y considerar el problema de lo justo, la disciplina
y la burocracia, sin embargo no abarca a la totalidad de la novela.
El capitán de Vries, cuyo comando
estaba marcado por el desorden y la indisciplina, pero que había llevado a cabo
una extensa campaña es relevado por el capitán Queeg, que pronto implementa una
férrea y arbitraria disciplina de orden. Una serie de acontecimientos que
evidencian tanto su incapacidad –a punto tal que las autoridades navales
consideran afectarlo a tareas en tierra- como su arbitrariedad y cobardía van
sucediéndose a lo largo del recorrido.
Keefer,
en su condición de escritor comienza a influir sobre Maryk acerca del estado
mental del capitán Queeg. Ante la reiteración de hechos injustos por parte del
capitán hacia la tripulación, Maryk comienza a llevar un registro de cada uno
de los incidentes y, bajo la influencia de Keefer, decide entrevistarse con el
almirante Halsey en el portaviones Yorktown.
Una vez llegados al buque insignia Keefer considera que tal acción es
imprudente y que puede depararles consecuencias disciplinarias y optan por no
entrevistarse con el almirante.
Cuando
el Caine debe enfrentar el tifón
lleva un rumbo de 180 grados, el mismo de la flota; ello significa la fuerte
embestida de las ráfagas de viento en la popa, lo que deja al navío
virtualmente sin gobierno (en la versión fílmica de 1954 el tifón está
perfectamente representado). Varias veces Maryk pide al capitán cambiar al
rumbo 00 para y que lastre el buque y lo ponga de frente al viento para poder gobernarlo.
Ante la falta de respuesta del capitán y la situación de peligro, Maryk decide
relevarlo en aplicación de los artículos 184 y 185 de las Ordenanzas de la Marina, que lo
habilitan para eso.
La cuestión que se plantea es si el capitán
hubiese finalmente aceptado el cambio de rumbo que salvó al buque o no, o si
cuando lo hubiera aceptado hubiese sido demasiado tarde.
Tal
cuestión no se encuentra claramente definida y es muy importante en el alegato
final de Greenwald.
Las
versiones acerca de los hechos son la materia de los testimonios y el debate
oral en las audiencias de la corte marcial.
V.
Los personajes
V.
I Tenemos ya
las categorías de los distintos personajes que obedecen a dos indicadores: Los
de sentido y los de acción.
Corresponden a dos mundos: el de antes
y afuera y el de después y de adentro del escenario bélico.
En uno los personajes tienen una
naturaleza, son relevantes y confieren sentido, son predecibles y el vínculo
con ellos es real, confiable y duradero, aunque pueda resultar
conflictivo.
En el otro los personajes simplemente
actúan, no es posible saber lo que piensan –si es que algo piensan- no terminan
se revelar sus propósitos, toman como importantes cosas nimias y confieren
sentido a cosas absurdas. No obstante, producen efectos en el personaje central
que inciden en lo que será luego de esa enseñanza –como lo marcó la carta del Dr.
Keith- su vida verdadera.
Podemos definir el par como
verdadero-no verdadero.
Un modo de plasmar esto son las
descripciones: los personajes son vistos como animales y a partir de aspectos a
veces grotescos, que dictan mucho de la imagen de los héroes bélicos:
-Aquí
está Keith, señor –dijo, apartando la cortina de la puerta-, Keith se presentó
al oficial ejecutivo, teniente Gorton.
Un
hombre joven, extraordinariamente gordo y fornido, sin otra cosa que unos
minúsculos calzoncillos, se encontraba sentado en una litera superior,
rascándose las costillas y bostezando. […]
-Saludos
Keith. ¿Dónde
demonios estaba? –dijo el teniente Gorton con voz estridente, al tiempo que
echaba fuera de la litera sus muslos de mamut […]
(pág.106)
Las descripciones son importantes en
la novela, el narrador se detiene en ellas y connota con ello una imagen no
heroica ni de los marinos ni de la guerra. Al llegar al buque el capitán lo
recibe desnudo y situaciones similares se reiteran a lo lardo del desarrollo de
la acción[4].
Ninguno de los personajes de acción
defiende algo en lo que cree. Todos ellos parecen centrarse en sí mismos y no
en algo que sostienen como verdadero. Ni
la verdad ni los valores son categorías válidas. En eso son opuestos a los
otros personajes.
Si bien la versión de William Friedkin
no toma los aspectos físicos sí se centra, como ninguna otra, en la naturaleza
de los personajes. Maryk es bien intencionado pero influenciable y Keefer es
presentado como un oportunista. En la versión de referencia –en la cual
rostros, gestos mínimos y actitudes constituyen en sí un lenguaje- Keefer es un
manipulador y el verdadero instigador del motín.
La cuestión del motín de algún modo
descansa en que Maryk y el resto de los oficiales no han planteado las
injusticias llevadas a cabo por el capitán a través de los conductos oficiales
destinados a cuestionarla. En lugar de actuar sólo han intercambiado comentarios entre ellos. No ha
habido una acción destinada a habilitar un cauce institucional para sus quejas.
Hay una suerte de acumulación de
hechos por responsabilidad del capitán y una escalada en lo que hace a su
gravedad: En las dos primeras maniobras que debe llevar a cabo al comando del
buque primero lo hace encallar en la popa y llama a un remolcador para que lo
auxilie y luego daña a otro buque
acoderado con el Caine en el muelle y en otra oportunidad corta el cable de
remolque del blanco al que está remolcando por reprender al marinero Urban, que
lleva los faldones de la camisa por fuera del pantalón y luego reconviene a
Stilwell, a quien, cuando pretendió avisarle que estaban girando en círculos
amenazó con castigarlo y luego lo reprende por no haberle avisado que estaban
están girando en círculo (“palos porque bogas, palos porque no bogas”). Luego
de ello dejar las lanchas de desembarco sin protección por los disparos de
fuego enemigo desde a costa y alejarse rápidamente del lugar dejando una mancha
amarilla como señal para el avance de las lanchas; no hacer fuego hacia la
costa para proteger a otro buque o sancionar injustamente, con un castigo
desmedido a Stilwell, el timonel, de manera reiterada, a grado tal de terminar
haciéndole perder la razón.
Hay dos explicaciones: la desconfianza
hacia los canales institucionales para resolver la injusticia que estos mismos
canales han creado al darle el comando del buque a alguien cobarde e incapaz, o
la pura cobardía en no enfrentar la situación y no apoyar a Maryk cuando
finalmente una situación de peligro extremo lleva al motín.
.
VI.
El motín como hecho central
VI.
I A poco que
reflexionemos acerca del motín habremos de concluir que los caminos narrativos
conducen indefectiblemente a él.
La novela es una lenta construcción y
lo injusto llega a grado tal que resultaba prácticamente ineludible alguna clase de
reacción ante el estado de cosas.
Es Keefer el primero que insiste sobre
las normas de los artículos 184 y 185 de las Ordenanzas de la Marina, que
prevén el relevo de un comandante en servicio
por parte de un subordinado, con la aprobación del Departamento de
Marina, salvo en circunstancias en que ello sea de imposible cumplimiento[5];
ello, en el caso de presentarse una situación obvia y clara y que sea imposible
de remitir el asunto a un superior común. Tal lo previsto en los arts. 184
“Circunstancias extraordinarias” y 185 “Requisitos que deben cumplirse” del
referido cuerpo normativo.
El capítulo respectivo comienza con la
misión asignada en Kwajalein y una extensa descripción, primero de la formación
naval de la que el Caine forma parte, y de la reducción de los riesgos que
implica el contar con el nuevo radar.
El recurso narrativo es la mención de
distintas circunstancias a partir de la rutina de la navegación, con lo cual el
narrador no hace foco en ellas pero ellas nunca dejan de estar presentes.
El capitán, en lugar de interiorizarse
con el estudio de mapas y el análisis del modo en que habrá de operarse en el
escenario bélico, pasa el tiempo en su camarote, jugando con el rompecabezas o
tendido en su cama.
Es una actitud común en varios de los
oficiales. También de una manera circunstancial, se repara en el desorden que
tenía Keefer en los mensajes cuando se encontraba encargado de ellos.
Claramente, a medida que Keith,
llevado por las circunstancias externas,
experimenta su proceso de aprendizaje, que es el objeto de la novela y
va asumiendo las tareas de a bordo con mayor responsabilidad su entorno, bajo
la permanente invocación de la disciplina y la autoridad, se degrada en una
multiplicidad de hechos de la vida cotidiana; son sin embargo Maryk –el futuro
amotinado- y Keith quienes más seriamente asumen las tareas de a bordo.
VI.
II El motín
hace evidentes los elementos que venían operando de modo implícito en la novela,
pone a la propia realidad en crisis en forma tal que no es posible encontrar
una respuesta definitiva a lo que sucede: el saber médico; la disciplina; la
jerarquía y la actuación son tan puestas en crisis como las actitudes humanas
frente a los hechos.
Será conveniente dividirlo en estos
aspectos y en los argumentos vertidos en el debate, de los cuales resulta que
el conjunto de tales argumentos no explica de manera clara y unívoca a la
realidad: ¿Aquellos involucrados en el hecho obraron bien o mal? ¿Lo sucedido fue justo? ¿Bajo otras circunstancias y de
otro modo habría sucedido lo mismo? ¿El capitán
hubiera cambiado el rumbo del barco, como pretendía Maryk y era lo aconsejable,
o hubiera persistido en su actitud de no hacerlo?
VII
La Corte Marcial
VII.
I El
tratamiento literario del consejo de guerra está cuidadosamente planteado en los
aspectos narrativo y jurídico, de forma tal que mantiene la intriga tanto por
el desarrollo de las audiencias –la audiencia en el caso de las versiones
fílmicas- como por las alternativas del proceso.
Es en el capítulo El abogado defensor donde son abordados por primera vez ambos
aspectos.
Tanto el oficial jurídico de la comandancia, capitán Breakstone, como
el acusador Challee se encuentran ante un caso con graves deficiencias en la
instrucción, en el cual ocho defensores han rechazado actuar en el consejo de
guerra.
Barney Greenwald, piloto de guerra y
brillante abogado en la vida civil, sobre quien pesa el prejuicio de su origen
judío, es el último recurso con el que cuentan. Como piloto de combate se
encuentra, de manera temporal, fuera de servicio por haber sufrido un grave
accidente y aguarda volver al combate. El narrador repara con frecuencia en la
descripción de su carácter y acciones y se refiere a los injertos de piel,
producto de sus quemaduras.
Como ya vimos, uno de los rasgos de la
novela es que la función de cada personaje se encuentra asociada siempre a su
descripción física. Cada tipo físico refleja no solo un cometido en la acción
sino un modo de ser[6]. Este rasgo, además de dar
relieve al contenido del texto –hechos, circunstancias y enfoques jurídicos-
establece la importancia a las imágenes visuales y hace al relato más ágil y verosímil.
Luego de leer el expediente,
Greenwald, al igual que los demás defensores antes, rechaza actuar en el caso.
Por primera vez se plantean los
problemas de la acusación: no se trata de un motín porque no existió violencia
y Maryk actuó dentro de los límites legales, con lo cual la única acusación
posible es la de una conducta perjudicial del buen orden y la disciplina.
La opinión de Greenwald coincidía con
la de Breakstone.
Por primera vez aparece una idea que
será expuesta al final del último capítulo de la parte dedicada al consejo de
guerra: que el capitán Queeg no estaba más loco que muchos de los capitanes en
actividad de la marina a quienes nadie había relevado antes y que la actuación
de Maryk se debió a que alguien había influido sobre él: allí, tanto las
descripciones físicas de Keefer y Maryk como sus personalidades, son muy
relevantes.
También de una manera indirecta surge
el germen de la decisión de Greenwald de asumir la defensa: el caso es tan
claro que se necesita un abogado especialmente capaz para poder lograr la
absolución y el piloto lo es y, pese a los escrúpulos de conciencia que alega,
se siente el único capaz de lograr dicha absolución, precisamente en un ámbito
rígido donde se buscará no sentar un peligroso precedente. En su fuero interno,
Greenwald siente desprecio por quienes denomina “estos pájaros”.
Breakstone se ha percatado del sentido
de superioridad que la exitosa práctica profesional le ha dado a Greenwald:
- Curioso
individuo[7]
–dijo el oficial jurídico-. Parece humilde y modesto, pero tiene un elevado
concepto de sí mismo.
(pág. 483)
Mientras
Maryk debe afrontar el consejo de guerra, Keefer, su instigador, ha escrito una
novela bélica –de las que ya estaban saliendo al mercado editorial- y sacado
provecho de ello.
-[…]
Estoy seguro de que describe esta guerra en toda la crudeza de su inutilidad y
devastación y que muestra a los
militares como unos sádicos estúpidos [8]
de mentalidad fascista[9].
Echando a perder campañas y desperdiciando las vidas de los encantadores,
fatalistas y simpáticos soldados […] le voy a decir una cosa, Maryk. Su
brillante amigo el novelista es el villano de todo este jaleo […]
(pág.490)
A partir de esta nueva óptica y de los
elementos anteriores, Greenwald toma la decisión de defender a Maryk y fija su
estrategia de dejar afuera a Keefer y basarla en Queeg y su estado mental.
VII.II
Es
interesante como los elementos novelísticos están manejados en el filme de
William Friedkin[10] y las diferencias que
existen entre ambas versiones: en la novela tienen lugar los testimonios de
varios de los miembros de la tripulación del buque, donde se reiteran preguntas
destinadas a apoyar la tesis de la defensa de que dichos miembros no eran
capaces de evaluar el estado mental del capitán; en el filme de Friedkin la
defensa renuncia a tales testimonios a condición de que sea tomado como
representativo el del marinero Urban –que en rigor no aportó nada- pero del
cual surge que dicho marinero era incapaz de juzgar el estado mental del
capitán. El filme incorpora tales elementos de una manera distinta y se ahorra
de prolongar el debate con ellos porque son posibles de subsumir en un solo
testimonio.
Si por un lado la tripulación odiaba
al capitán y debía soportar su tiranía, por otro sus versiones en la audiencia
son anodinas y no transmiten lo que era la verdadera vida de a bordo. La
ruptura de la solidaridad, de la empatía y el rechazo de la verdad son
actitudes comunes en cualquier institución ante una situación que se vive como
riesgosa, contexto en el cual siempre habrá de adoptarse una posición neutra
que no implique riesgo alguno.
VII.
III La
acusación se siente segura de llevar exitosamente el caso adelante porque si
bien el motín era un cargo difícil de demostrar, el comportamiento perjudicial para el buen orden y la disciplina no
lo eran. Se trataba de una cerradura que podía ser abierta con cualquier llave.
Por otra parte, asumir que la conducta de Maryk había sido llevada a cabo en
bien del servicio sería establecer un peligroso precedente que pondría en
crisis la cadena de mando en la que la función militar se basa.
La defensa debería basarse en otro
supuesto; la incapacidad del capitán en general y para enfrentar la situación
de peligro en particular.
Estas posiciones opuestas buscarán
guiar la audiencia en estos sentidos.
Hay un punto de particular interés en la
confrontación: la parte acusadora estará basada en lo que constituyen los
presupuestos esenciales del ámbito militar: la obediencia, la jerarquía, la
presunción de que los actos de autoridad son correctos y que no corresponde
ponerlos en duda; mientras que la defensa deberá llevar los hechos a un plano
más personal e invalidar la palabra oficial, que siempre buscará legitimar la
obediencia. La defensa es una función de peligro, de transgresión, de
convencimiento y de retórica.
Una postura es conservadora y la otra
es de interpelación; en tal sentido tiene la carga de impugnar esa presunción
de legitimidad y buscar una interpretación distinta de los testimonios.
Dichos testimonios serán guiados primero y significados después con las
palabras de ambas posiciones encontradas. Mientras una tiene a su favor la
palabra formal, la de la obediencia y la disciplina la otra se mueve siempre en
una zona de choque que, por su misma naturaleza, confiere al debate su
dinamismo.
El texto de la novela opera –por un
lado- en el plano de los hechos concretos: cómo sucedieron y si la conducta
está justificada y por otro en el plano de lo implícito: cualquier miembro de
la marina seguramente había servido bajo las órdenes de alguien tan autoritario e incapaz como el capitán Queeg.
Las descripciones físicas subrayan permanentemente esta crítica indirecta.
VII.IV
Las líneas
argumentales, como vimos, son: la autoridad del capitán, la impugnación de esa
autoridad por su estado mental, los relatos siempre parciales de los hechos por
parte de los personajes secundarios, el saber autorizado de los psiquiatras.
Estas líneas están atravesadas por un
doble sentido y un doble plano. El doble sentido opera en que son parciales y posibles
de ser enunciadas de manera que puedan llegar a significar lo opuesto con
respecto al primer sentido enunciado[11].
El doble plano es el de lo manifiesto y lo no manifiesto, que podría ser formulado
así: el personaje se muestra exteriormente de una manera pero, en determinadas
circunstancias, obra de otra. Un modo de actuar resulta del “armado” de la
personalidad y el otro de sus rasgos profundos
Estos son los elementos de ambigüedad
que gobiernan la audiencia y que se alternan a medida que dicha audiencia se
desarrolla.
El mecanismo narrativo opera a partir
de esta dualidad y del punto en que, por decirlo así, las cosas se dan vuelta, momento en el que surgen otros dilemas.
El cruce entre la línea conservadora
de la acusación y la rupturista de la defensa se plantea en la primera
declaración de Queeg, quien hasta entonces había desarrollado un discurso
presentado como coherente, en el cual la conducta de Maryk había sido
completamente antojadiza e infundada y propia de su pánico al encontrarse el
barco en medio del tifón.[12]
-Capitán Queeg
–dijo respetuosamente, con la vista clavada en el lápiz que sostenía en la
mano-, me gustaría preguntarle si oyó
usted alguna vez la expresión “viejo Mancha Amarilla.
[…]
-No.
-En
tal caso, no sabe usted que todos los oficiales del Caine se referían habitualmente a usted llamándole viejo Mancha
Amarilla, ¿verdad?
-¡Protesto!
-exclamó el fiscal, levantándose- .
(pág.
527)
La
intervención motiva la protesta de Chalee; la respuesta de la defensa,
argumentando su deber de rebatir los términos de la acusación y sostener la
aplicabilidad de los artículos 184 y 185 de las Ordenanzas de la Marina y la
resolución del tribunal, que hace notar que la de cobardía es la peor
imputación que puede hacerse a un militar y que, en tiempos de guerra, está
castigada con la pena de muerte. El tribunal hace una advertencia a Greenwald
pero declara procedente la línea del interrogatorio.[13]
La disciplina es la que da coherencia
al mundo de la institución cerrada, por más incoherente que sea en los hechos.
Una vez atacada, el ámbito pierde tal coherencia, comienza a ser observado
desde afuera y exhibidas sus grietas.
Es esta coherencia lo que se defiende
al precio de la verdad.
En el caso de referencia, esta primera
ruptura de la versión oficial es que
Maryk obró en base a una norma legal de las Ordenanzas de la Marina que
lo habilitaba para hacerlo siempre que la decisión de relevar al comandante fuera
razonable y prudente.[14]
Lo que adquiere relevancia entonces es
la apreciación de si el barco
efectivamente corría peligro o no y la aptitud para hacer frente a ese
peligro.
Veremos que esta actitud no será fácil
de establecer porque las opiniones vertidas acerca de ella serán en gran medida
hipotéticas.
A partir de este punto de ruptura el
hecho central deja de ser el del relevo para ser la condición mental del
capitán Queeg.
En un primer momento, el discurso oficial
es el de la disciplina, la obediencia y la jerarquía. Hasta allí, los
subalternos no revelan –por temor o por simple indiferencia- la totalidad de
los hechos. Luego de la puesta en crisis de este concepto el discurso oficial
es el de la justificación, la aceptación parcial de los hechos injustos y la
explicación de que forman parte del modo de funcionar del ámbito naval[15].
Con ello se cumple con el propósito de proteger el statu quo hasta que los hechos caigan por su propio peso, como
sucederá al final, momento en el cual surgirá la evidencia de que se ha
sostenido como coherente y justo un estado de cosas tan incoherente como
injusto.[16]
Claramente,
lo que se protege es un estado de cosas al precio de aceptar como justos y
coherentes a los hechos que ese ámbito produce por el solo hecho de cómo está
construido.
Esta
es la crítica central de la novela.
Por momentos, como en el consejo de
guerra, es clara y manifiesta y por otros es tan sutil y progresiva como
permanente.
VII.V
Como vimos, Greenwald aceptó la defensa del caso
porque nadie quería asumirla, lo hizo por pedido expreso de la autoridad naval,
convencido de que Maryk no era inocente pero que había obrado del modo en que
lo hizo por influencia de Keefer y que
el único modo de ganar el caso era cuestionar el estado de salud mental del
capitán Queeg.[17]
De allí su estrategia de confrontación
que, forzosamente, implica el cuestionamiento del saber científico.
El segundo hecho curioso producido en
esta línea defensiva es su propósito de llamar a Queeg como testigo de la
defensa.
Desde el punto de vista de Greenwald,
su estrategia defensiva es falaz y retórica; sin embargo, su carácter vehemente
y confrontativo da como resultado dos cosas: romper el rígido modelo de la
jerarquía y la supuesta presunción de verdad de la versión oficial, que se
apoya en esa jerarquía e instalar la verdad de los hechos.[18]
Los primeros testigos responden al
primer modelo. Sus versiones se apoyan en la inercia del modelo rígido y en la
imposibilidad de imaginar que pueda ser cuestionado exitosamente.
De este modo, tales versiones son
cautas, parciales, pobres y evasivas.
VII.
V Las líneas
de los testimonios pueden ser agrupadas en la propia de Queeg –coherente,
externamente verdadera pero parcial- la de los testigos de la tripulación
–reticentes, parciales- las de los psiquiatras –también ambiguas y
contradictorias- y la última declaración de Queeg, que cierra el debate oral.
Una de las cosas que surgen claramente
es la imposibilidad de reconstruir los hechos en el marco del debate oral: son
versiones interesadas, parciales, que buscan –desde la enunciación- proteger o
justificar. Sin embargo, el discurso no solo es lo que se enuncia sino algo
más, que queda revelado cuando la cadena de hechos es posible de ser rearmada
en un sentido inverso.
De este modo, el testimonio de Keefer,
quien fue el primero en instalar la idea de la enfermedad mental de Gueeg,
minimiza los hechos por los cuales ésta se hace evidente. Al hacerlo, traiciona
su amistad con Maryk.
Vemos que en esta dinámica se
presentan dos cosas: la traición y la validación de aquello que antes ha sido
criticado[19], instalándose tanto la
intriga por lo que sucederá, dado que uno de los testimonios más relevantes
termina siendo irrelevante: ¿en qué podrá fundarse el caso luego
de eso?
El espacio para la argumentación del
acusado se reduce y pasa a descansar, casi exclusivamente, en dos cosas: lo que
pueda surgir durante las audiencias, referido a los trastornos de Queeg y la
actitud del tribunal.
Greenwald renuncia al interrogatorio cruzado
de Keefer porque quiere excluirlo de su línea defensiva pero el tribunal le
formula preguntas detalladamente y en dichas preguntas hemos de encontrar algo
relevante, digamos, una gota más de tinta en el vaso de agua de la acusación:
-Ha afirmado
usted que es amigo del señor Maryk. Este tribunal está tratando de establecer, entre otras
cosas, la posible existencia de circunstancias atenuantes en su decisión de
relevar al capitán. ¿Le indicaron
los hechos contenidos en el diario, a usted como simple profano, que el capitán
Queeg era un competente oficial totalmente normal?
El
tono poseía cierto matiz irónico. Keefer se apresuró a contestar:
-Hablando
de mi ignorancia, señor, pienso que la incapacidad mental es una cuestión
relativa […] Se trataba de cosas muy desagradables. Pero de eso a llegar a la
conclusión de que el capitán estaba
chiflado…
(Herman
Wouk, El Motín del “Caine”, Grijalbo,
Barcelona, 1979, pág.533)
Hay un presupuesto básico en la
pregunta del presidente del tribunal: la atendibilidad del planteo referido a
Queeg y la necesidad de ahondar en él, así como en la posible existencia de
circunstancias atenuantes, cuestión que aparece formulada por primera vez y que
de algún modo rompe la impronta de que Maryk era un amotinado.
De no haber una actitud receptiva del
tribunal acerca de tal argumento no hubiera existido la pregunta, contexto en
el cual la respuesta de Keefer no tiene razón de ser, salvo que haya sido
enunciada pensando en si podía afectar su carrera posterior en la armada, lo
cual es otro contrasentido porque acaba de lograr la publicación de una novela
crítica de la marina. Esto nos ubica en el terreno de la falta de convicción de
los personajes del núcleo cercano a Keith, que sí las tiene.
VII.VI
En el
testimonio de Keith nuevamente opera
el narrador por detrás:
La
sala era una aterradora confusión de
rostros solemnes; la bandera norteamericana se le antojaba gigantesca y sus
tonos rojo, blanco y azul destacaban terriblemente como los tonos de una
bandera de una película en color. Se encontró en el estrado de los testigos y
le tomaron juramento, pero no hubiera podido decir cómo había llegado hasta
allí. El grisáceo rostro de Chalee resultaba amenazador.
(pág.542)
Más tarde, cuando es sometido
al inquisitivo interrogatorio de la acusación acerca de si su decisión de obedecer
a Maryk, al relevar al capitán, se debía en que éste se había vuelto loco o a
la antipatía que sentía por él responde no recordar su estado de ánimo.
La
verdad era que había obedecido a Maryk por dos razones. En primer lugar, porque
pensaba que el segundo de a bordo estaba
más capacitado para salvar el barco, y, en segundo lugar, porque odiaba a
Queeg. Hasta que Maryk asumió el mando, jamás se le había ocurrido pensar que
el capitán estuviera loco. Estúpido, mezquino, cobarde e inepto, sí…[…] La locura
era la única defensa posible para Maryk ( y también para Willie); y era una
defensa falsa; y Challee lo sabía y el tribunal lo sabía; y ahora Willie lo
sabía también.
(pág.549)
Se trata de una circunstancia por
demás significativa por varios motivos: en primer lugar, sirve para mantener la
intriga, lo que podemos enunciar diciendo: ¿el tribunal seguirá esa línea
o la revertirá apoyando su resolución en otras circunstancias, por más que el
argumento sea falaz o incompleto?
Asimismo,
si esa es la única defensa posible y es falsa, ¿en
que podrá basarse el tribunal en el caso de una absolución? ¿O es que para dicho cuerpo no
importa la verdad formal sino la verdad material, en este caso, que una persona
cobarde e inepta habrá de ser forzosamente incapaz de manejar el buque en una
emergencia y para aceptarlo y basar su decisión en esta idea deberá convalidar
un argumento que sabe insuficiente: el de la locura? (“el tribunal lo sabía”).
Nuevamente, el planteo jurídico y la
intriga van paralelas.
Es en las preguntas de la defensa
donde Keith puede explayarse sobre todos los incidentes sucedidos a bordo.
VII.VII
Llevamos por
lo menos dos gotas de tinta en el vaso de agua de la acusación: el aceptar el
tribunal la línea de interrogatorios de la defensa, que desplaza el centro del
debate de Maryk a Queeg y la posibilidad de encontrar circunstancias
atenuantes. Ambas gotas se sedimentan en el fondo pero dejan una base oscura
que se eleva apenas el agua del vaso sea desplazada.
La tercera surge poco después, ante la
mención de la cobardía del capitán, lo que suscita la protesta de la acusación
y la posterior resolución del tribunal, con la advertencia a la defensa de su
responsabilidad acerca de esa línea de interrogatorio y de sus consecuencias,
sin embargo, no solo autoriza las preguntas de Greenwald sino que la actitud de
los jueces cambia y comienzan a mostrar un interés en ese punto de vista que
antes no tenía.
De allí en más, la acusación solo
podrá argumentar formalmente, en términos de disciplina, autoridad y el
desplazamiento del eje del debate.
El problema que se presenta es que
tanto el enfoque como la verdad
surgen no por sí mismos sino por la estrategia defensista. Si esta fuera
distinta posiblemente los hechos no se harían evidentes.
La verdad no parece capaz de hacerse
valer per se por parte de un
dispositivo que no puede registrarla a menos que una estrategia confrontativa
triunfe, como es el caso.
VII.VIII
Confrontar,
conducir a los testigos más allá de la línea prevista por la acusación, responder
a las protestas de la contraparte de un modo tal de refutar sus objeciones, seguirá
siendo la tónica de la actividad defensista. Cada vez que eso sucede se corre
el eje del caso o, quizás podamos asumir, que el caso encuentra su verdadero
eje, lo cual no hubiera sucedido por los carriles normales.
Se necesita la confrontación y aun el
juego no del todo honesto[20]
para lograr lo que las instituciones no parecen poder –o querer- lograr por sí
mismas.
Asimismo, cada vez que estos avances
suceden, la defensa se consolida y la acusación se debilita, aunque sus
objeciones no siempre sean formales y muchas veces sean enteramente correctas y
atendibles, pero surgen en un contexto cuyo centro ya se ha desplazado.
Ello resulta más marcado en el caso de
los saberes técnicos y científicos que parecen incuestionables.
De este modo, cuando el capitán
Southard, comandante de la Octava Escuadra de Destructores, en su carácter de experto
en la conducción de naves, señala que el modo adecuado de hacer frente a un
tifón es tratar de alejarse, con el viento de popa y seguir el rumbo de la
flota –tal como hizo Queeg- Greenwald, comienza por hacerle reconocer al
referido capitán que nunca navegó un dragaminas durante un tifón y que, dentro
del plano de lo hipotético, en el peor de los casos la nave debe ser colocada
de cara al viento –es decir una maniobra contraria a la que ejecutaba Queeg,
quien se negó a cambiar el rumbo- para aprovechar la fuerza de los motores y la
mejor respuesta de los timones, único modo de seguir controlando el barco.
Tenemos una gota más de tinta.
El doctor Lundeen, quien había
presidido la junta que evaluó al capitán Queeg, encontrándolo apto para el
comando, brinda su testimonio luego del experto naval.
La progresión el interrogatorio de
Greenwald -quien comienza afirmando que no es un experto en el campo médico y
que por eso sus preguntas serán torpes- es por demás interesante: a partir del
criterio de la aptitud del capitán va haciendo que sean enumerados todos los
elementos que podemos considerar contrarios a dicha aptitud.
La opinión del doctor Lundeen es que
el capitán puede ajustarse a los factores perturbadores y compensarlos, no
obstante, los trastornos a los que hace referencia son aquellos que
determinaron su conducta a bordo. Es decir, que aquello que está indicando el
discurso del saber termina por resultar contrario a las conclusiones que
sostiene y también por referirse a un contexto donde la hipótesis de la defensa
sea absolutamente posible. Ello es así por el patrón general de aquellos que
integran la marina: todos parecen buscar una compensación en la autoridad y en
el mando, por lo cual la actitud de Queeg termina siendo normal.
Esa es la velada crítica que el autor elige
formular utilizando al saber “autorizado”. Digamos que no se trata de una
crítica externa ni superficial sino una basada en la prolongada experiencia de
quien conoce a la marina por dentro:
-Bueno,
podría decirse que el problema general arranca de un complejo de inferioridad
–dijo Lundeen […]
no
puedo entrar en demasiados detalles. En general el capitán se siente
trastornado por su baja estatura, sus bajas calificaciones en comparación con
sus compañeros de promoción y otros factores análogos. Al parecer, sus
experiencias en la Academia le dejaron una profunda huella.
(pág.559)
No obstante, el profesional
considera que el capitán se encontraba adaptado a tales dificultades.
-¿Puede describirnos esa adaptación?
-Sí, su
identidad como oficial de la Marina constituye el factor esencial de
equilibrio. Es la clave de su seguridad
personal, y de ahí que se muestre muy celoso en la protección de su
situación […]
- ¿Muestra tendencia a no reconocer sus propios
errores?
-Bueno,
se registra cierta inclinación en tal sentido. El capitán muestra un obsesivo
interés por proteger su situación.[21]
(pág.558)
La
defensa ha logrado, hasta donde el secreto profesional lo permite, hacer que,
bajo la anuencia del tribunal, el experto se refiera a aspectos de la
personalidad del capitán, quien no es imputado en la corte marcial (otra gota de tinta).
Tenemos
ya un sentimiento de inferioridad y el no reconocimiento de los propios errores
y eso en sí mismo, para el experto, es una conducta adaptada.
Queda
por dar un paso más:
-Doctor –dijo Greenwald, desprendiéndose de su
torpeza inicial y hablando con gran precisión-, ha declarado usted que en el
comportamiento del capitán, se registran los siguientes síntomas: rigidez de
personalidad, sentimientos persecutorios, sospechas irracionales, alejamiento
de la realidad, afán de perfeccionismo, una premisa básica irreal y un obsesivo
sentimiento de la propia rectitud.
-Todo muy suave, señor, todo muy bien compensado […]
la junta que yo presidí no observó
ninguna muestra de incapacitación para el mando […]
En la guerra hay que aceptar todo lo que venga […][22]
-¿No le importaría que su hijo combatiera a las
órdenes del capitán Queeg?
Lundeen miró con expresión desvalida al acusador y
este se levantó.
-Protesto […]
(pp. 560/562)
Hay algo que la pregunta desnuda en
su parte final: que la construcción y la justificación hacia la autoridad del
saber científico solo valen si hay un distanciamiento respecto a la persona acerca
de la cual son formuladas y no en un terreno más personal.
El saber “técnico” ha sido cuestionado
desde su base, ya que no funciona si no existe ese distanciamiento y queda en
descubierto que se trata de un saber de justificación, auto contradictorio y
parcial.
Tenemos
una nueva mancha de tinta. La siguiente vendrá a partir de una pregunta del
propio presidente del tribunal:
-El tribunal desea aclarar un punto –dijo el capitán
Blakely […] Doctor, ¿sería posible, bajo condiciones de tensión, una
incapacidad temporal que no se tradujera en un derrumbamiento absoluto?
O…permítame plantearlo del siguiente modo. Digamos que un hombre cuya afección
revista un carácter leve no está
incapacitado para hacer frente a las habituales tensiones del mando. Y supongamos que una emergencia de
carácter extremo multiplica sus tensiones. ¿Se produciría, en tal caso, una
pérdida de eficiencia? ¿Una tendencia a confundirse y trastornarse y a cometer
errores de juicio?
-Bueno, podría producirse […]
-Sin embargo, a
un comandante no debiera ocurrirle tal cosa.
-No, pero, prácticamente hablando, señor, son
también seres humanos.
(p.563)
Visto
desde afuera, es precisamente esa aptitud de enfrentar hechos extremos sin
alterar el equilibro de lo que se trata la aptitud para el mando[23].
En este punto podemos plantearnos
una cuestión: ¿Es este lenguaje una herramienta narrativa que copia las notas
del discurso científico al mismo tiempo que
las parodia? o ¿refleja situaciones reales?
Se
trata de un discurso autocontradictorio, complaciente, ignorante de ciertos
datos de la realidad, por ejemplo los incidentes que suscitó el mal desempeño
de Queeg.
Esta duda es planteada precisamente
por lo verosímil que este discurso resulta y que es, en las grietas que
presenta, indicador de un funcionamiento institucional alienado[24].
El testimonio de Bird, que sigue al
de Lundeen es todavía más bizarro. Aclara que la personalidad del capitán es
obsesiva con rasgos patológicos pero que eso no lo inhabilita para el mando.
[…] El capitán Queeg cree subconscientemente que no
gusta a los demás porque es perverso, estúpido y personalmente insignificante.
Estos sentimientos de culpabilidad y hostilidad se remontan a su infancia.
-¿Cómo los ha
compensado?
-Principalmente, de dos maneras. Mediante el
comportamiento paranoico, que es inútil y no deseable, y su carrera naval, que
es extremadamente útil y deseable.
-¿Dice usted que su carrera militar es un resultado
de su trastorno?
-Casi todas
las carreras militares lo son.
Greenwald miró a hurtadillas a Blakely […]
-Doctor, ¿observó usted algún hábito especial en el
capitán Queeg? ¿Algo que tuviera por costumbre hacer con las manos?
-¿Se refiere usted a lo de hacer girar las canicas?
[…]
-¿Dijo él por qué lo hacía?
-Le tiemblan las manos. Lo hace para tranquilizarse
y para disimular el temblor.
(pp. 565/566)
El
trastorno mental es de este modo universal y aceptado. Establece, por así
decirlo, un estándar y una presunción de legitimidad.
-Doctor, usted ha reconocido que el capitán Queeg
está enfermo y en eso ha ido más lejos que el doctor Lundeen. Se trata de
establecer ahora hasta qué punto está
enfermo. Usted no cree que esté lo suficientemente enfermo como para que no
resulte apto para el mando. Yo quiero señalar simplemente que, puesto que está
claro que usted no sabe gran cosa acerca de las condiciones que son necesarias
para el mando, cabe la posibilidad de que sus conclusiones sean erróneas […]
-Rechazo esa insinuación –dijo Bird, poniendo cara
de muchacho ofendido. Le temblaba la voz […] yo jamás he utilizado el adjetivo
enfermo. Mis conocimientos acerca de las condiciones que se exigen para el
mando son adecuados, de otro modo, yo mismo hubiera declinado formar parte de
la junta…
-Tal vez hubiese sido conveniente que lo hiciera.
(p.568)
En
este punto no parece posible que el defensor no crea en la procedencia de la vehemente
estrategia que está empleando.
VII.IX
Los dos testimonios con los que finaliza la audiencia oral son
contrapuestos: los de Maryk y Queeg.
Al hacer el relato de la conducta de
Queeg en el tifón y luego un recuento de las anteriores, Blakely interroga a
Maryk detalladamente sobre el incidente de la mancha amarilla, pidiéndole
precisión acerca de las distancias. Interrogado por Greenwald, en la segunda
parte de su relato menciona el pedido de Queeg de borrar el libro de a bordo y
fingir que el incidente nunca había sucedido:
- ¿Insistió usted en su negativa?
-Sí.
-¿Y qué
sucedió?
-Empezó
a suplicarme y a rogarme. Se pasó un buen rato así y todo resultó muy
desagradable […] en determinado momento, se echó a llorar […] Al final se enojó
terriblemente y me dijo que siguiera adelante y me ahorcara, ordenándome
abandonar su camarote. Y entonces envié el despacho.
[…]
-El
capitán Queeg solía comportarse con normalidad, menos en los casos en que se
hallaba sometido a una intensa presión, en la que tendía a trastornarse
mentalmente.
(pp.
571/572)
Es
posible advertir que el dicho de Maryk sobre las reacciones del capitán en
situaciones de riesgo coincide con el de Lundeen.
El hecho de acceder Maryk a brindar
su versión lo pone en situación de ser sometido al interrogatorio de la
acusación –cross examination-, que es
hostil y despiadado, porque serlo es el único recurso posible para devolver el
caso a su propio centro.
El debate oral concluye con la
declaración de Queeg.
El abogado de la defensa […] llamó a declarar a
Queeg. Al tomar asiento en el estrado de los testigos, el ex comandante del Caine mostraba el mismo aire afable y
confiado del primer día. El segundo de a bordo volvió a asombrarse del cambio
que en él se había operado gracias al sol, al descanso y a su nuevo uniforme
azul. Queeg parecía uno de aquellos capitanes de la Marina cuya imagen se
reproducía en los carteles de propaganda.
(p.577)
Nuevamente
la voz que lleva la historia dosifica la intriga de la narración con el marco
del debate, donde el testimonio es una suerte de salto al vacío, una apuesta
que dependerá de la dinámica del interrogatorio.
Se cumple también en la
interpelación uno de los señalamientos de Lundeen, en el sentido de que el
capitán atribuye a los demás la responsabilidad por sus propios actos para dejar
a salvo su concepto perfeccionista de sí mismo:
Greenwald no perdió tiempo e inició inmediatamente
el ataque.[25]
-Capitán, ¿la mañana del día 19 de diciembre mantuvo
una entrevista en su camarote con el teniente Maryk?
(p.578)
A
partir de esta intervención inicial se hacen más evidentes los esquemas de las
respuestas: siempre son los demás quienes conspiran contra el capitán y cuando
es enfrentado a la evidencia de algo sus respuestas son “no recuerdo”.
En la mención de cada uno de los
incidentes Queeg va siendo acorralado por Greenwald y a la vez los rasgos
mencionados por los psiquiatras van siendo más evidentes; el discurso del
capitán va haciéndose más vacilante y contradictorio.
La declaración es progresiva en su
intensidad y, tácitamente, tanto la acusación como el tribunal advierten que el
discurso de Queeg se vuelve evasivo y confuso:
-Capitán, hay muchos puntos de este juicio que giran
en torno a la cuestión o de la credibilidad entre usted y otros oficiales. Si
usted lo desea, solicitaré una interrupción de cinco minutos para que pueda
reflexionar […]
-Bueno Ya lo he aclarado […] Perdí una caja en la
bahía de San Diego allá por el 38 o el 39 […] La caja que perdió Keith contenía
botellas de bebidas alcohólicas.
-¿Treinta y una botellas? […]
- […] el rango tiene sus privilegios.
(pp. 582/583)
El tribunal, a esta altura, no
sustancia las protestas de la acusación y deja proseguir la interpelación en
esa línea (otra mancha de tinta).
El examen incluye preguntas de
Blakely y la opinión de un integrante del tribunal en cuanto a las distancias
entre los destructores guía y las lanchas de desembarco que ponen en evidencia la
gravedad de la falta comportamiento de
Queeg en el incidente de la mancha amarilla.
Frente
a circunstancias concretas referidas a los distintos hechos, ya no es posible
esgrimir argumentos de autoridad.
Hay
dos cuestiones que se presentan: en primera instancia, la ausencia de controles
y evaluaciones previas que en lugar de habilitar a Queeg para el comando no le
hubieran permitido llevar a cabo misiones en el escenario bélico. Desde este
punto de vista, los hechos verificados son un resultado tardío que hubiera
podido evitarse.
En
segunda instancia hay un límite difuso entre el argumento defensivo y la nueva
responsabilidad que surge: la inocencia de Maryk solo puede ser establecida
mencionando las sucesivas faltas de Queeg, que, por su gravedad, darían lugar
por sí mismas a una imputación, la cual no habrá de tener lugar.
Los
dichos se hacen más y más inconexos.
[…] Después se refirió a las erróneas cuentas de
la lavandería, a los descuidados
informes de la cocina y a los defectuosos inventarios de los servicios del
barco […] Casi no se detenía ni para respirar. A medida que hablaba su relato
iba resultando cada vez más inconexo e incomprensible a causa de los repentinos
cambios de tiempo y lugar en que se producían. Siguió hablando mientras hacía girar las bolitas e iba
enumerando, con expresión satisfecha, todos los sucesivos puntos de su defensa.
(p.594)
Nuevamente
el saber científico es puesto bajo escrutinio: o los psiquiatras no supieron
advertir el estado mental del capitán o bien la novela viene a cuestionar tales
saberes.
Sobre el final de la declaración del
capitán una ambigua frase viene a dar significado a sus dichos:
-Queeg siguió hablando de esta guisa por espacio de
ocho o nueve minutos y terminó diciendo:
[…] si he omitido alguna cosa, hágame algunas
preguntas concretas y las iré contestando una a una […]
-Ha sido una respuesta muy completa y exhaustiva […]
(p.594)
El
sentido de la frase de Greenwald, en la versión de Friedkin, es precisamente
que con sus dichos el capitán reveló por completo su personalidad, estado
mental y sus limitaciones.
Ya nada de eso podrá ser puesto en
duda.
El vaso de agua de la acusación ya
es del color de la tinta de cada una de las circunstancias reveladas por la
defensa.
VII.X
Los alegatos en juicio deben ser sostenidos por el rigor lógico, el ajuste
a los hechos y la remisión a un valor superior que tales elementos encarnan: la
verdad de lo sucedido, la correcta interpretación y la justicia de la versión
de la parte que formula el alegato.
Son posturas contrapuestas y,
frecuentemente, una de ellas busca soslayar ciertos hechos.
A diferencia de esta dinámica, los
alegatos de la acusación y de la defensa coinciden en un punto central: lo
desagradable de las imputaciones a Queeg, solo que interpretan aspectos de la
realidad de manera diferente.
En los juicios el alegato de la
defensa es el último porque las palabras finales que debe escuchar el tribunal
son las del imputado o su defensa.
Las primeras palabras del alegato de
la acusación son por demás certeras:
-Con la venia del tribunal, casi no tengo palabras
para discutir la presentación del caso que acaba de hacer la defensa. No es
ninguna presentación. No tiene nada que ver con la acusación que se ha
formulado. No tiene en absoluto nada que ver con el acusado ni con los actos
por los que se le ha sometido a un consejo de guerra.
La primera pregunta de la defensa en este juicio
fue: “Capitán, ¿ha oído usted la expresión ´Viejo mancha amarilla´?” […]
Su exclusivo propósito ha sido el de invertir el proceso de forma
que el acusado no fuera Maryk sino el capitán Queeg. Y, en cierto modo lo ha
conseguido […] ha obligado al capitán Queeg a defenderse […] ante el tribunal,
sin tiempo para pensar, sin preparación, sin el auxilio de un abogado, sin
ninguno de los normales privilegios y
ninguna de las garantías de que goza un hombre en el derecho naval.
(pp. 596/597)
Analicemos
si la cuestión planteada es atendible o si por el contrario es falaz.
Es certero que el la táctica
defensista consiguió cambiar el centro del debate oral, pero cabe preguntarse
si eso era evitable o no, ya que la única estrategia posible –cuando todos los
controles previos habían fracasado- era la de basar la conducta de Maryk en la
incapacidad de Queeg, con lo cual una cosa parece inseparable de otra.
De las mismas normas invocadas
(artículos 184 y 185 de las Ordenanzas de la Marina) surge tal imposibilidad de
separar una situación de otra, ya que el presupuesto de las normas es el relevo
de un superior en circunstancias que así lo exigen, con lo cual existen dos
términos: la falla del superior y la acción del subordinado, a lo que es
posible agregar la situación de peligro.
De
ello se desprende que, inevitablemente, debe ser juzgada la conducta del
superior junto con la del subordinado, ya que una depende de otra y de la
imposibilidad de acudir a una autoridad superior.
En esta tesitura, si bien es muy
atendible el planteo de que tal modo de proceder es violatorio de las garantías
de un eventual imputado en un proceso, lo sucedido resulta esperable y factible
y surge de las propias normas aplicables.
¿Hubiera debido el tribunal asumir
otra actitud, como hacer un receso e informar al capitán de su derecho a ser
asesorado? Posiblemente sí, pero hubiera sido un paso retardatario del efecto
dramático.
La objeción persiste: ningún proceso
puede avanzar sanamente en desmedro de las garantías de las personas que pueden
ser alcanzadas por él.
En su argumento central, la
acusación legitima la actuación del capitán y considera que sus circunstancias
personales no permiten justificar el hecho imputado a Maryk.
La versión de Friedkin tiene una
línea muy importante de la fiscal Challee dentro de esta argumentación:
[…] tal precedente
es el cheque en blanco para un motín (1.31.15)
Ello
implicaría la destrucción de la cadena de mando de cuyo respeto depende la
marina.
Lo señalado por la acusación en
torno al temor al precedente resulta una afirmación falaz en el sentido de que
cada caso debe ser juzgado por sus propias circunstancias, sin consideraciones
abstractas acerca de lo que sucedería en caso de imponerse determinada
solución.
El contraste entre los modales de Chalee y los de Greenwald no hubiera
podido ser más acusado […]
-Me
mostraba reacio –dijo- porque sabía que la única defensa posible del acusado
consistía en demostrar ante el tribunal
la incompetencia mental de un oficial de la Marina. Ha sido el servicio
más desagradable que he tenido que llevar a cabo. […]
Hablando
en el mismo tono pausado y receloso, Greenwald pasó revista a todas las pruebas
negativas que se habían aportado contra Queeg, haciendo especial hincapié en
los puntos que más habían parecido impresionar a Blakely. […]
El
tribunal deliberó por espacio de una hora y diez minutos. Maryk fue absuelto.
(p.599)
La
versión de Friedkin agrega algunos conceptos más, sumamente importantes.
El
primero es una intervención de Challee quien solicita que el defensor sea
[…] censurado por este tribunal por conducta
inapropiada y que ello conste en sus antecedentes (1.31.52)
Al
expedirse sobre el punto, Blakely señala respecto a Greenwald que:
Este ha sido
un juicio extraño y trágico […] Condujo su caso con sorprendente
habilidad pero su conducta fue desconcertante y plantea dudas ¿Su conducta fue
responsable, teniente Greenwald? La reprimenda. Si existiera, debe provenir de
su conciencia. El abogado no estuvo en desacato. La recomendación de amonestación
se rechaza. (1.33.53)
VII.XI Las
soluciones de la acción planteada son muy diferentes en la novela y en el filme
de Friedkin.
En la primera se trata de un
encuentro en la acera frente al edificio de consejos de guerra, con la
presencia de Keefer, los padres de Maryk y la tripulación del Caine, invitando a la celebración por el
fin del consejo de guerra y la publicación de la novela de Keefer, quien ha
recibido un adelanto en efectivo.
En la versión de Friedkin la
situación es muy diferente: Greenwald luce muy cansado y no termina de
comprender la invitación que le hace Maryk, a quien junto con Keefer, desprecia
profundamente.
No obstante, el argumento de
Greenwald es –con las diferencias de tiempo y lugar ya mencionadas- el mismo[26].
Como invitado de honor, Greenwald
dice unas palabras –que son el cierre del núcleo de la novela.
-He tenido que hablar con convicción y rapidez,
Steve…he jugado sucio en el juicio ¿sabe? […] Bueno, me parece que tengo que
corresponder al brindis del célebre autor […] se me ha ocurrido pensar que, si
escribiera una novela de guerra, trataría de convertir en héroe al viejo Mancha
Amarilla.
(p.603)
Se
plantean al menos distintas circunstancias: en primer lugar su asistencia a la
celebración, a la que llega borracho, siendo que rechaza tanto a quien ha
defendido como a Keefer, lo que suscita una expectativa respecto a lo que
sucederá.
Ello, por decirlo así, abre la
acción y la dirige, como primera medida, a la crítica a Keefer y a su novela.
La segunda es que para Greenwald el
héroe debería ser aquel a quien atacó en el consejo de guerra.
Nuevamente, a diferencia de la
versión fílmica referencial, en la novela vuelve el origen judío de Greenwald
en la discusión con Chalee primero, donde el acusador le imputa haber usado
trucos de judío y en la celebración, al aludir a que familiares suyos fueron
asesinados por los nazis, mientras que él estudiaba derecho y Maryk estudiaba y
Keefer escribía su novela. En ese momento Queeg ya estaba listo para luchar
contra los nazis, que de ganar la guerra hubieran convertido la madre de
Greenwald en jabón.
La falacia de este argumento es que
de haber debido Queeg luchar directamente contra los nazis hubiera mostrado la
misma ineficiencia y cobardía que en la guerra en el pacifico y le hubiera
interesado salvarse a sí mismo y no a personas como la madre de Greenwald.
Nuevamente, se trata de un elemento más literario que argumentativo.
No puedo quedarme a cenar y me alegro de que me
hayan invitado a hacer un brindis para que así pueda largarme. No puedo
quedarme porque no tengo apetito. Para esta cena no tengo apetito. En realidad
no sería en modo alguno de mi agrado –se volvió hacia Maryk-. Steve, todo esto,
esta cena es un cuento. Usted es culpable. Ya se lo dije al principio. Claro
que sólo es medio culpable […]
He conseguido su absolución por medio de ardides legales…haciendo
aparecer a Queeg y a un psiquiatra freudiano como payasos…lo cual me ha
resultado facilísimo […]
El único momento
de apuro se produjo cuando compareció a declarar el autor preferido del Caine. Estuvo a punto de hundirle,
muchacho. No acabo de entenderlo dado que, sin duda, era, entre otras cosas el
autor del motín del Caine. Me parece
que hubiera debido ponerse de su parte y de la de Willie, diciendo sin ambages
que él siempre había insistido en que Queeg era un paranoico peligroso.
[…]
He
defendido a Steve porque averigüé que se estaba sometiendo a juicio al hombre
que no se debía. Y el único medio que tenía de defenderlo era hundir a Queeg
[…] Siento haber tenido que hacerlo y me avergüenzo de ello y por eso me he
emborrachado […]
Por
eso no pienso aceptar su cena ni beber su vino, señor Keefer, sino que
simplemente haré el brindis y me iré […]
Arrojó
el amarillo champán al rostro de Keefer.
(pp.
605/606)[27]
VII.XII Al final del
consejo de guerra se nos presentan los mismos interrogantes que al principio en
lo que parece una especie de dilema insoluble: El buque no podía seguir al
mando de Queeg en una emergencia pero relevarlo fue un error: ¿Por qué lo fue? ¿Cuál hubiera sido la solución? ¿En qué medida la
personalidad del capitán y la influencia de Keefer determinaron el resultado? ¿Es posible separar una cosa de la otra?
Ninguna solución parece justa.
Las reflexiones que nos depara el debate
son varias y no necesariamente pasan por el objeto del juicio.
La primera es precisamente la
mencionada: un juicio no garantiza la realización del valor justicia, pese a
que formalmente la solución fuera equitativa.
La segunda es quizás la más importante
y se vincula a la naturaleza de la novela en sí[28]:
el objeto del juicio es el motín pero el sustrato reside en el dilema moral:
tal es el conflicto de Greenwald que finca en su decisión de defender a alguien
porque es “medio” culpable, alguien a quien nadie quiere defender. No obstante,
ese propósito “altruista” lo pone en conflicto con el hecho de cuestionar
aquello en lo que cree[29].
De este modo, la estrategia confrontativa y la conducción de los testimonios
para demostrar la incapacidad de Queeg le significa un problema moral porque
tal proceder le parece éticamente incorrecto, no obstante resultar justo y
adecuado para proteger a alguien que
actuó legítimamente convencido de la corrección de su proceder.
De invertir los términos y especular acerca de lo que hubiera
significado que el consejo condenara a Maryk –como el mismo Greenwald
consideraba correcto- tendríamos un resultado injusto, ya que implicaría
aceptar los saberes científicos como dogmas, la autoridad como principio
incuestionable y a Queeg como alguien idóneo para manejar una situación límite
por el solo hecho de su jerarquía, siendo que la autoridad naval era muy
consciente de su incapacidad.
Lo justo es un valor que parece
inaccesible: no se encuentra ni en una solución ni en la otra.
Asistimos a un debate planteado en
términos narrativos más que lógicos y la enseñanza que parece dejarnos es que
debemos seguir una convicción siempre que sea honesta y responda a una
finalidad superior y el interrogante que nos depara es acerca de nuestro modo
de proceder para lograrla.[30]
Greenwald lo plantea claramente “he
jugado sucio” y nos depara una cuestión muy interesante: ¿Es posible utilizar medios cuestionables para lograr
una finalidad superior e incuestionable, o la regla moral cabe tanto para las
formas como para los fines?[31]
Sin embargo la pregunta que surge es ¿En qué jugó sucio Greenwald? ¿O es que esta afirmación cumple una función
narrativa y no argumentativa?
En todo caso, el tribunal era el encargado de
velar por la corrección del proceso y al haber convalidado la línea de
interrogatorio de Greenwald la consideró correcta y no improcedente, con lo
cual caería el argumento del defensor acerca de tal incorrección, que es en sí,
una necesidad para resolver la acción del núcleo de la novela.
El enfoque del defensor nos hace
pasar por alto algo muy claro: son las propias normas alegadas para el relevo
–los artículos 184 y 185 de las Ordenanzas de la Marina- las que habilitan tal
línea de interrogatorio porque, como dijimos, la acción de quien releva a un
superior responde a la propia acción –o inacción- de este último: no se trata
de dos cuestiones separadas sino de una unidad.
Asimismo, el capitán de un buque,
responsable tanto de sus maniobras como del modo de ejercer su autoridad, tiene
el deber de dar cuenta de sus actos ya que el grado no debería implicar
prerrogativa alguna.
VIII.I La simple verdad
Hay
un elemento que rompe con el punto de vista del debate que tenemos como
lectores y que lo convierte en una simple producción discursiva y un espacio
donde son reveladas todas las acciones de Queeg.
La
verdad emerge claramente.
La
opinión de Keith se centra en dos cosas: la incapacidad de Queeg y la situación
de emergencia. Luego de ser atacado el Caine por un kamikaze escribe una larga carta a May Wyn. Uno de sus párrafos se
refiere al motín:
Ahora veo con toda claridad que el “motín” fue en
buena parte obra de Keefer –aunque yo tuviera también un poco de culpa, al igual que Maryk-, y
comprendo que nos equivocamos […] Keefer le metió a Maryk en la cabeza la idea
del Artículo 184, y se produjo el drama […] En cuanto al tifón, no sé si
hubiera sido mejor poner rumbo al norte o al sur, y nunca lo sabré. Pero no
creo que fuera necesario el relevo. O Queeg hubiera puesto rumbo al norte por
sí mismo cuando las cosas se hubiesen agravado o bien lo hubiera hecho Maryk y
Queeg le hubiera secundado tras refunfuñar un poco, y no hubiera (habido)
ningún consejo de guerra. Y el Caine
hubiera permanecido en la zona de combate, en lugar de regresar a San Francisco
durante las mayores operaciones de la guerra. Cuando se tiene a un asno inepto
por capitán –que es uno de los azares de la guerra- , lo que hay que hacer es
obedecerle como si fuera el más inteligente y el mejor, disimular sus errores,
procurar que el barco siga navegando y armarse de paciencia.
(p.635)
A
partir de esta perspectiva parece surgir una simple verdad en términos puros y
simples: el relevo no era necesario.
Todo lo demás: acusación,
testimonios y argumentos, son solo un desarrollo discursivo.
VIII.II
Colofón
No sabemos si Wouk se inspiró o no
en algún consejo de guerra o incidente
que hubiera merecido la celebración de uno, lo que sí sabemos es que dispuso de
los distintos argumentos como de piezas ya contrapuestas, ya complementarias,
eficaces para plantear un conflicto de conciencia y un drama.
Desde este punto de vista, la
utilización de situaciones verosímiles y la exposición de distintas posturas
son, ni más ni menos, que los materiales de tal construcción dramática y, lo
mismo que el resto de la novela, nos deja como enseñanza la corrección y
moralidad de los actos en los mismos términos en que los expone la carta que el
padre de Keith le escribe antes de morir: Hay
que vivir la vida para convertirse en alguien que valga la pena y en los
momentos en que surge una encrucijada se debe tomar el camino correcto.
[1] Pocket book editions, New
York, 1978
[2] Se toma solo la
estructura de la historia y la marina es glorificada (de hecho se encuentra dedicada
a esa fuerza) , al par que varios hechos son cambiados.
[3] Hay otra versión para TV
de Robert Altmann (1988) que directamente no tomaremos en cuenta.
[4] Podemos tener otra
lectura del buque como un ámbito de marginalidad donde imperan reglas propias de
una pandilla.
[5] En ello encuadran las
situaciones de peligro y urgencia.
[6] En la audiencia, los testigos
son retratados de un modo descarnado por un narrador que parece ver a través de
cada uno de ellos y captar no solo su actuación sino también su naturaleza:
“Maryk contempló el rostro del presidente del tribunal, el capitán Blakely, que
permanecía de pie en el centro del banco, justo frente a la bandera. Era un
rostro alarmante, nariz afilada, boca como una raya negra y unos pequeños y
perspicaces ojos bajo unas pobladas cejas en las que se advertía una enfurecida
expresión desafiante. Blakely tenía el cabello canoso, unas bolsas de pie
colgaban bajo la mandíbula, labios exangües y unas arrugas oscuras alrededor de
los ojos” (pág.523). La detallada descripción del modo en que Maryk ve al
presidente del tribunal plantea una pregunta y una probabilidad (acerca de lo
que pueda suceder y las chances en uno u otro sentido). Es más extensa y
detallada que el resto de las descripciones por su propia función de abrir una
expectativa ante el comienzo de las audiencias. Veremos lo que habrá de suceder
después, que no es acorde a la perspectiva planteada por la descripción de
referencia.
[7] Estas referencias sobre
Greenwald son recurrentes por parte de Maryk y coinciden con la impresión de
Breakstone: pareciera que el cometido a cumplir debe ser llevado a cabo por
alguien que no encaje en ningún molde.
[8] En lo que puede ser
tomado como una velada crítica al mercado editorial, es por demás interesante
la asociación entre la escritura y el carácter advenedizo del personaje que la produce,
con lo cual la guerra se convierte, en el marco de una obra estereotipada y
previsible, en un elemento del mercado.
[9] Puede tomarse como una
afirmación y a la vez ironía al mundo
militar.
[10] En tal versión,
seguramente basada en la pieza teatral, Willie Keith es un personaje lateral, sin ningún peso y sin ninguna ni relevancia: el motor de la
acción es el de los argumentos y el modo en como son desarrollados, así como el
modo en que actúan los testigos.
[11] Un ejemplo es, como
veremos, el testimonio de Keefer.
[12] En este caso nos
referimos a una institución cerrada y formal pero se trata de un rasgo común a
todas: la autoridad parte del supuesto de que lo que hace siempre es correcto,
pese a que pueda ser incorrecto, y cuando surge esta incorrección, rápidamente
se responsabiliza no a quien lleva acabo la conducta sino a quien la cuestiona.
Esto está muy claro en el primer tramo de la audiencia, donde la acusación se
apoya en esta suerte de credibilidad establecida y el capitán aún puede
atribuir la responsabilidad a los demás, que es el mecanismo para el cual tal
credibilidad lo habilita y por medio del cual busca mantener el equilibrio de
su personalidad.
[13] Si asumiéramos que la postura
de la acusación es el agua de un vaso y que el desarrollo de los argumentos de
la defensa equivalen, cada uno, a una gota de tinta, podríamos tomar a este
hecho como la primera de esas gotas, ya que si el tribunal no considerase correcta
y verosímil la línea de interrogatorio no la hubiera autorizado.
[14] En rigor de verdad, se
trata de términos amplios. El supuesto de razonabilidad está dado en la falta
de respuesta del capitán en la emergencia y el de prudencia en la de adoptar la
mejor decisión para la seguridad del buque. Ambos términos se complementan y no
parece posible adoptar un temperamento acorde a las circunstancias sin relevar
al capitán, con lo cual, el argumento de la locura parece secundario: solo se
trata de responder a la emergencia.
[15] De este modo, las
circunstancias disvaliosas son asumidas y al mismo tiempo aceptadas como modos
de funcionar enajenados y enajenantes, todo ello en nombre de la autoridad y la
disciplina; dicho de otro modo, se vuelven “aceptables”.
[16] Los efectos más importantes de la narración suelen estar en lo implícito:
la incapacidad generalizada, que se escuda en la disciplina y, como en este
caso, la “coherencia” de un ámbito que es sostenida hasta donde sea posible
pero que luego, indeclinablemente, se desmorona y revela que no había nada de
coherente dentro de esa pretendida coherencia: es lo que sucede en este caso.
Tal coherencia es justificada por el saber “autorizado” pero luego cae ante el
peso de la propia evidencia que revela la incoherencia.
[17] Hay en la alegación de
Greenwald al menos dos argumentos que pueden ser considerados como
contradictorios; el primero es el hecho de que al probar la ineptitud de Queeg
está demostrando que no era capaz de comandar el buque en una situación de
riesgo y que –pese a que al principio Greenwald dijo que preferiría ser el
acusador y no el defensor- la actitud de
Maryk era verosímilmente correcta. En este sentido, su afirmación posterior de
que, tarde o temprano Queeg hubiera cambiado el rumbo, es meramente hipotética,
más aun en la situación de riesgo en que se encontraba el Caine, ya que tal cambio debía ser decidido y llevado a cabo sin
dilación.
El otro argumento contradictorio se encuentra en el discurso final de
Greenwald en la celebración, tal como lo analizaremos más adelante.
[18] Es innegable que tales
hechos son una producción del propio sistema: si en el momento oportuno Queeg
hubiera sido destinado a un trabajo de escritorio, como se consideró luego de
producirse los primeros incidentes, todo lo demás no habría sucedido. Ello nos
lleva a que en lo relativo de la responsabilidad de las personas en las
instituciones que las pusieron en el lugar que ocupan, ya que son éstas y sus
instancias de decisión las que colocaron a dichas personas en una posición de
poder. En las instituciones, faltas y delitos son tomados como algo que llevó a
cabo alguien y no como una producción del sistema que construye a dichas
instituciones: aceptando, permitiendo, ignorando.
[19] También es una actitud
muy común, la crítica entre pares y la conformidad ante la jerarquía y la
consiguiente inacción.
[20] El concepto se refiere al
hecho de sorprender a la contraparte con planteos inesperados para los cuales
no se encuentra preparada. En esta línea, no es honesto sorprender al oponente
sino debatir de manera frontal sobre
elementos existente de forma previa y que sean conocidos por ambos
contendientes. Tales las reglas del modelo adversarial de debate.
[21] En todos los hechos
acaecidos en la acción el capitán siempre buscó
ocultar su responsabilidad y culpar a sus subordinados por sus errores.
[22] Esta afirmación es
contradictoria respecto a la anterior: si el capitán es apto para el mando y
está bien compensado está de más decir que en la guerra hay que aceptar todo lo
que venga, ya que cuanto más crítica sea la situación es mayor la racionalidad
y el equilibro que se requiere.
[23] Algo que es posible
apreciar es que la actitud para el mando –tal como es mostrada aquí- no es un
punto deseable y elevado al cual las condiciones personales permitan acceder
sino un reconocimiento y que, una vez alcanzado, habilita un discurso de justificación del tipo de “eso no
le impide…” o “no obstante eso” cuando debería tratarse de lo contrario, de un
deber de entrega que no admita ninguna justificación.
Esta parece la base de pronunciación del discurso “autorizado” que busca
impugnar el narrador y lo hace llevando a ese discurso a una suerte de parodia
de sí mismo.
[24] La novela puede, desde
este punto de vista, ser leída como un ensayo de análisis de las instituciones cerradas, capaces de
generar su propia coherencia, inexplicable desde afuera. No es casual que
Greenwald sea un abogado en la vida civil y personal que revista en la marina
de manera voluntaria.
[25] La frase establece la
tónica de la naturaleza de la intervención del defensor: un ataque. En ese
ataque Queeg deberá responder a sus propios actos ante un auditorio
inimaginable al momento en que los llevó a cabo.
[26] La película de Dmytryc
tiene algunas diferencias tanto respecto a la novela como a la versión de Friedkin,
pero no se encuentra tan lograda como ésta última.
[27] En la película de
Friedkin Greenwald además dice que Keefer le metió en la cabeza los artículos
184 y 185 y la paranoia siendo que Maryk “no distingue a un paranoico de un
antropoide, pero usted sí” (1.41.14)
[28] Un relato de aprendizaje
[29] En el filme de Friedkin
hay una línea muy importante en el primer diálogo entre Maryk y Greenwald referida a los jefes navales: “-¿Les
teme a los altos mandos? – Peor, los respeto” (0.39).
[30] En un momento de la
película Negación (Mick Jackson,
2016), referida al proceso civil de un historiador de tendencia nazi contra una
editorial, el juez se pregunta acerca si es posible admitir de alguien que está
equivocado, si puede estar “honestamente equivocado”, estableciendo así una
frontera entre el error y la intención. El capitán Queeg no asume sus errores o
bien los oculta o atribuye a otros: ha traspasado la línea entre estar
honestamente equivocado y ser consiente de estarlo.
[31] Hay una interesante línea
del personaje de Malanie Griffith en una simple película de comedia titulada Secretaria Ejecutiva (Mike Nicols, 1988) algo así como hay que seguir las reglas pero alguien como
yo no puede lograr su propósito si no rompe las reglas: este simple
enunciado nos plantea que las reglas no garantizan la finalidad justa cuando
quien las sigue está en una situación
subordinada. En el caso que analizamos, forzar las reglas no es correcto pero
es el único modo de lograr un resultado menos injusto que si no se las forzara.