sábado, 6 de julio de 2024

El tercer hombre: una historia de dos caras (comienzo)


 

En 1949 Carol Reed dirigió la película The Third Man, con el guión de Graham Greene, que posteriormente hizo una versión novelada de la historia.

Película y novela me plantearon una serie de interrogantes: El primero se refiere a especies narrativas “menores”, si cabe el término, que son capaces de producir y utilizar estrategias expositivas acerca de las cuales cabe reflexionar. El segundo se refiere a si distintos elementos pueden contar, también de distinta manera, una misma historia.

 

Vienen luego otros interrogantes:

¿Cuándo y cómo nacen las historias y de qué modos se desarrollan?   ¿Qué elementos hacen objeto de interés a una fábula y la destacan, pese a las convenciones que deba seguir, y qué otros hacen que haya otras que no merezca la pena ver ni leer?

Unas narraciones inauguran su propia forma, estableciendo el modo de ser contadas y otras, para ser contadas, necesitan seguir un esquema que puede ser más o menos convencional o que partiendo de una convención puedan remontarse a otra cosa. No obstante, pese a eso, la historia puede llegar a hacer invisibles estas costuras y establecer un valor estético por sí misma.

Podemos adentrarnos en los elementos de la narración, enumerarlos y determinar de qué modo trabajan, para reflexionar acerca de si cada historia requiere una convención y un esquema preconcebido, y si es posible utilizar ese esquema en otra que tenga un contenido diferente.

 

En síntesis la pregunta sería: ¿si estudiamos el mecanismo narrativo de El tercer hombre podríamos utilizarlo para escribir otra cosa?

Anticipo la idea de que no. Por empezar, confluyen en ella circunstancias particulares cuyo aporte hace a la creación única[1]; asimismo, si bien cada narración se apoya en determinadas articulaciones de la acción, puede crear sus propios recursos para lograr interés y una apariencia de verosimilitud, esta última es más frágil en determinadas secuencias que en otras.

Para dar un ejemplo: tomemos historias de intrigas, como El archivo de Odessa, El día del Chacal o El tercer hombre, es decir obras que no pertenecen a la gran literatura pero que –al menos en este último caso- contiene algo formal y estéticamente original que prevalece sobre los problemas de credibilidad del conjunto.

Encontraremos en ellas puntos en común,  articulaciones que  la acción requiere para poder desarrollarse: el personaje –por ejemplo- puede entrar en un lugar prohibido porque –aunque sea pleno invierno europeo- hay una ventana abierta, o una puerta inadvertida por los demás y que alguien olvidó cerrar con llave, que le permite deslizarse hacia aquellos lugares donde está lo que el personaje pretende descubrir. Alguien a quien el protagonista  encuentra de manera circunstancial informa al héroe de algo que éste no esperaba. La revelación central siempre depende de una casualidad; la actuación de un personaje se opone a la de otro que se comporta obstinadamente y cuyas razones no son posibles de comprender y no siempre resultan verosímiles, pero la dinámica narrativa necesita de esa actitud.

Los personajes son herramientas y su deliberación se agota en las acciones que llevan a cabo; unos son buenos y otros son malos, ello resulta necesario porque todos sirven a un propósito, que es la resolución de la historia. El esquema no es para nada complejo.

Las novelas se nutren de la vida, de la imaginación y de la necesidad de adentrarse en algo desconocido y se valen del patrimonio de recursos que utiliza quien las escribe; las intrigas lo hacen de una convención que toma elementos de la vida para resultar verosímil y en el camino resuelven algo que pone fin a la historia.

En el caso de El tercer hombre hay sin embargo algo más. Ya veremos qué es.

 



[1] Un ejemplo paradigmático es el de Citizen Kane, con el guión de Herman Mankiewicz, la fotografía de Greg Toland, el aporte de técnicos y actores que se sentían liberados de la organización de los grandes estudios, y la dirección de Orson Welles quien vivió, al hacerla, una circunstancia irrepetible en su carrera.